Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día quinto del Estado de Alarma.
Miércoles, 18 de marzo de 2020.
Buenos días a todos, hermanos.
En primer lugar pediros perdón porque ayer puse la fecha equivocada. No quise daros un día más de cuarentena. Hoy es miércoles 18. Gregorio, cura compañero, me corrigió al poner martes 16. Le doy las gracias.
Cada día con buena cara, con alegría para los demás, aunque andemos raros por dentro. Ayudando en todo a la familia, y no poniéndonos ni bordes, ni plastas, ni dramáticos. Cuidémonos a un metro de distancia, los que estamos juntos. Mucha sencillez de corazón para todos. Vayamos eliminando el estrés activista. Tampoco abusemos de mandar miles de cosas por Internet. Ayer me llegaron cien avisos distintos de un llamado de Papa Francisco a orar con él a las 21 horas que era falso. Cuidemos de no reenviar cosas y cosas por estrés. No gastemos toda la pólvora bombardeando las redes. Que no acaben aburriéndonos.
Estamos en una escuela de alto aprendizaje para la vida. Todo lo bueno que aprendamos en estos día extraños nos servirá en el futuro. Y hablad mucho y hondo sobre lo que aprendéis con vuestros hijos y amigos, con los mayores, con los nietos. Cuidaos con esmero y amor unos a otros. Sed los primeros en cuidar de vuestras cosas para que con un poco de orden y limpieza combatamos mejor al coronavirus. Y sacudíos la desgana y la dejadez. Estemos atentos a servir con amor.
Selecciono hoy este párrafo del Deuteronomio 4: «Pero, cuidado, guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos.» Todos tenemos conciencia, aunque no sea muy clara, de que estamos viviendo unos momentos únicos en la historia de la humanidad. Están pasando cosas que nunca nos imaginamos que viviríamos ni padeceríamos. Pero aquí están. Y aquí, ante lo que acontece, está nuestro gran asombro. ¿Qué le pasa a nuestra humanidad? El asombro ante estos males ha de llevarnos a las preguntas, y estas a la aceptación de lo inevitable. Y ahí, ante estas historias asombrosas, sería bueno que volviéramos nuestros ojos hacia el Señor. Que hablásemos con Él. Que pudiéramos contarle nuestras penas. Que tuviéramos paciencia para escucharle como Padre. Y también, que tuviéramos capacidad para poder reconocer nuestra responsabilidad, nuestros errores y nuestra frialdad durante años ante el sufrimiento de tantos abandonados. Y que un día podamos comunicar a nuestros nietos que este tiempo supimos aprovecharlo para volver nuestros ojos a Dios, al amor, a la conversión de los corazones, a la libertad y a la fraternidad, y a sabernos amorosamente cuidados en sus manos, que se extienden también a tantas manos como nos cuidan..
Hay gente que no es capaz de estar sosegada en esta espera y en este silencio, y siempre está proponiendo una cuarentena llena de movidas y de estrés. Pero, no es eso, amigos, no es eso. Este es un tiempo precioso para hacer silencio, para reconocer nuestros errores, para serenarnos por dentro y reconciliarnos por fuera. Para cuidarnos en el cuerpo, la mente y el espíritu.
Que el final de este proceso no te encuentre tan superfluo, tan vacío, tan estéril, tanto alejado de la verdad y del amor. Aprende a ganar en ti mismo la batalla de las prisas. Aprende a esperar. Aprende la gran asignatura olvidada: el amor. Sé pacífico, amigo, hermano, comprometido, orante, justo, auténtico.
Reza la oración de los hermanos. Con el amor del Padre hazte un donante de amor y de confianza. No te apartes de la Fuente. Y ten siempre ante ti la silueta de María. Ella es pura ternura. Ora a tu Padre por tantos hermanos que se debaten en la agonía o que luchan por salir de la enfermedad. Y ante la tristeza que nos produce ver que muchos se van, recuerda que ellos quedan automáticamente rodeados por la paz y el amor de Dios. Confía. Sonríe.
No te entretengas en exceso en lo que no es. Pero, hazlo todo con mucha comprensión hacia ti mismo y hacia tus hermanos inquietos.
Paz y bien.
Antonio García Rubio.