Oraciones


Aquí estamos, Señor Espíritu Santo.

Aquí estamos, frenados por la inercia del pecado,
pero reunidos especialmente en tu Nombre.

Ven a nosotros y permanece con nosotros.

Dígnate penetrar en nuestro interior.

Enséñanos lo que hemos de hacer,
por dónde debemos caminar,
y muéstranos lo que debemos practicar
para que, con Tu ayuda, sepamos agradarte en todo.

Sé Tú el único inspirador y realizador de nuestras decisiones,
Tú, el único que, con Dios Padre y su Hijo,
posees un nombre glorioso,
no permitas que quebrantemos la justicia,
Tú, que amas la suprema equidad:
que la ignorancia no nos arrastre al desacierto;
que el favoritismo no nos doblegue;
que no nos corrompa la acepción de personas o de cargos.

Por el contrario, únenos eficazmente a Ti,
sólo con el don de tu Gracia,
para que seamos UNO en Ti,
y en nada nos desviemos de la verdad.

Y, lo mismo que estamos reunidos en Tu Nombre, así también,
mantengamos en todo la justicia,
moderados por la piedad,
para que, hoy, nuestras opiniones en nada se aparten de Ti,
y, en el futuro, obrando rectamente,
consigamos los premios eternos.

Amén.

(«Adsumus » de San Isidoro de Sevilla)

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.

Tú, que eres nuestro verdadero consejero:
ven a nosotros,
apóyanos,
entra en nuestros corazones.

Enséñanos el camino,
muéstranos cómo alcanzar la meta.

Impide que perdamos el rumbo
como personas débiles y pecadoras.

No permitas que
la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento,
para que no dejemos que nuestras acciones se guíen
por prejuicios y falsas consideraciones.

Condúcenos a la unidad en ti,
para que no nos desviemos del camino
de la verdad y la justicia,
sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos
por alcanzar la vida eterna.

Esto te lo pedimos a ti,
que obras en todo tiempo y lugar,
en comunión con el Padre y el Hijo
por los siglos de los siglos. Amén.

(«Adsumus Sancte Spiritus» oración del Sínodo)


Ven, Espíritu Santo.

Tú que suscitas lenguas nuevas
y pones en los labios palabras de vida,
líbranos de convertirnos en una iglesia de museo,
hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro.

Ven en medio de nosotros,
para que en la experiencia sinodal
no nos dejemos abrumar por el desencanto,
no diluyamos la profecía,
no terminemos por reducirlo todo
a discusiones estériles.

Ven Espíritu de Amor,
dispón nuestros corazones a la escucha.

Ven Espíritu de santidad,
renueva al santo Pueblo de Dios.
Ven, Espíritu Creador,
renueva la faz de la tierra. Amén

Ven, Espíritu Santo

(Papa Francisco)


Ven, Espíritu Santo,
Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad;
Tú que siempre te das,
concédenos la valentía de salir de nosotros mismos,
de amarnos y ayudarnos,
para llegar a ser una sola familia.
Amén.

(Papa Francisco)


Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees, has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo, has de dejarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer.

(De los “Versillos del Monte de Perfección”, de san Juan de la Cruz)


Padre, envíanos el Espíritu Santo que Jesús nos ha prometido, Él nos guiará hacía la unidad,
Él es el que nos da el carisma,
que hace las diferencias en la Iglesia,
y también Él nos da la unidad.
Envíanos el Espíritu Santo.
Que nos enseñe todo lo que Jesús nos ha enseñado.
Que nos de la memoria de todo lo que Jesús ha dicho
Jesús, Señor, Tú has pedido para todos nosotros la gracia de la unidad
Señor, esta Iglesia que es tuya, no es nuestra
La historia nos ha dividido.
Jesús ayúdanos a ir por el camino de la unidad o
por el camino de esta unidad reconciliada
Señor, Tú siempre has hecho todo lo que has prometido,
danos la unidad de todos los cristianos,
Amén.

(Papa Francisco)


Que triste sería el mundo si todo estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender.
Que no te llamen solamente los trabajos fáciles
¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios que son buenos servicios:
ordenar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.
Aquel que critica, éste es el que destruye, tu sé el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios que da el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse así: «El que Sirve».
Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?

(De «El placer de servir», de Gabriela Mistral)    


Pedimos a Dios que afiance la unidad dentro de la Iglesia,
unidad que se enriquece con diferencias que se reconcilian por la acción del Espíritu Santo.
Porque fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo
donde cada uno hace su aporte distintivo.
Como decía san Agustín:
El oído ve a través del ojo, y el ojo escucha a través del oído.

(FT, 280)


Yo no deseo un regalo
que se compre con dinero.
He de pedir a los Reyes
algo que aquí yo no tengo:
pido dones de alegría
y la canción de un jilguero,
y la flor de la esperanza
y una fe que venza el miedo.
Pido un corazón muy grande
para amar al mundo entero.
Yo pido a los Reyes Magos
las cosas que hay en el cielo:
un vestido de ternura,
una cascada de besos,
la hermosura de los ángeles,
sus villancicos y versos,
y una sonrisa del Niño.
El regalo que yo quiero.

(«El regalo que yo quiero», de Gloria Fuertes)


Sí. Creo en Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra…
Pero, cuando su poder se me esconde,
cuando calla,
cuando parece que me deja…
¿Acaso no termino creyendo que está lejos,
muy lejos,
demasiado lejos de mi y de lo que aquí nos pasa cada día?

Y cuando me veo a mi mismo,
criatura suya,
o veo a mis semejantes,
o descubro lo vulnerable que es la naturaleza,
su creación,
ante nuestras creaciones y destrucciones,
¿Dónde queda entonces mi fe en el creador?
¿Dónde queda mi fe en Dios cuando la fatalidad aparece ante mis ojos?
¿Dónde encontrar su presencia cuando descubro el mal,
el dolor, la muerte, en mi y en mi alrededor?
¿Dónde queda mi Dios cuando a fuerza de no encontrar respuestas,
termino por no hacerme ya preguntas?
¿Dónde ponerle en mi vida cuando no me pregunto por su valor?

¿Y cuando huyo de mi mismo, y me refugio en la evasión,
o me dejo engañar por esa evasión colectiva que el mundo llama paradójicamente libertad?
¿Cómo creer en un Dios que no me estorbe, ni me inquiete, ni me zarandee?
¿No habré hecho de Dios una palabra,
una razón,
una lejana referencia,
una ultimidad demasiado última a la que referirme?

¿Creo entonces en el Dios del Evangelio, en Dios-Amor?,
¿o en el dios del deísmo: frío, indiferente, insensible, infinitamente lejano, y ajeno?
¿Cómo amará un Dios solitario y suficiente?
¿Cómo querrá preocuparse de mí?
¿Cómo puedo yo importarle?
¿Cómo creer en Dios-amor,
cuando apenas le miro,
le hablo,
le escucho,
le hago hueco en mi vida,
en mis problemas,
en mi tiempo,
en mis opiniones,
en mis actos,
y sobre todo en mis deseos y anhelos,
últimos o cotidianos,
conscientes o inconscientes?
¿Quién está lejos de quién?
¿Es mi Dios un Dios lejano del hombre?
Mi Dios no está lejos.
Mi Dios está aquí, siempre,
junto a mi,
en mi,
en lo más profundo de mi.
Mi Dios es mi Padre,
que no sólo sustenta toda la creación,
sino que también me sustenta a mi.
Sólo Él conoce el número de mis cabellos.
Sólo Él conoce el enrevesado mundo de mis interioridades.
Sólo Él puede valorar mis cualidades,
o ver crecer mis talentos,
o dolerse por mis pecados, o disculpar mis errores.

Es mi Dios el Hijo de Dios,
Modelo divino de mi humanidad,
eterno espejo donde encontrar la verdad de mi rostro,
Palabra única ante la que toda palabra mía se disuelve,
Él es mi Señor,
mi amigo,
mi hermano,
el inseparable “Tu” que me acompaña,
me instruye,
me entrega su vida,
y muere por mi.
Él es quien me llama y me lleva,
el Resucitado que me resucita.
Es mi Dios el Espíritu Santo,
Él anida en mi corazón,
y querría abrasarlo.
Él corre por mis venas,
e ilumina mi mente,
y querría venir más por mis oídos atolondrados
y por mis pensamientos paganos y mundanos.
Es mi Dios la Trinidad,
Es mi Dios Comunión,
Familia.
Amor infinito,
Unidad infinita entre Padre, Hijo, y Espíritu.
Es mi Dios uno y trino,
el modelo de mi humanidad,
el anhelo de mi mundo y de su historia,
el secreto de mi manera de ser,
el referente único de mi relación con mis hermanos los hombres.
Es Dios mi autentico hogar,
donde quiero vivir eternamente.
Con Él,
con cada uno de Ellos,
yo soy de verdad.

Este mi Dios,
es tu Dios, es el único Dios.

Mi Dios no está lejos», de Manuel Mª Brú)