Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día vigésimo quinto. Estado de Alarma.
Martes Santo, 7 de abril de 2020.
Buenos días, hermanos y hermanas.
Una mujer muy querida, con la que me encuentro muy hermanado, me mandaba ayer verdaderas perlas escritas de su oración con motivo del Domingo de Ramos. Me pidió no publicar nada, pero me dejó, en uno de sus mensajes, un renovado anhelo de mansedumbre. Y eso abre mi aportación en esta mañana del Martes Santo, en la que los sacerdotes solíamos acudir a la Catedral de la Almudena para la Misa Crismal y la renovación de nuestras promesas sacerdotales. Hoy las volveré a pronunciar en mi corazón, en el silencio orante de la casa, abierto y partícipe de la oración de toda la Iglesia, del Cuerpo de Cristo, y de la muchedumbre inmensa de esta humanidad renacida y elevada.
«Bienaventurados los mansos». ¿Qué es hoy la mansedumbre? Estos días de Semana Santa, podemos mirarnos en Jesús. En Él vemos al hombre injustamente condenado, violentado, zarandeado, escupido, burlado, humillado, brutalmente herido, insultado, despojado, despreciado… Y, sin embargo, y a pesar de tanta violencia degradante, Jesús enmudeció; no protestó ni gritó pidiendo ayuda, no se defendió ni brabuconeó; no lanzó miradas de odio ni reprochó nada a nadie; no retó ni insultó; no devolvió mal por mal ni amenazó; no dio muestra alguna de impacientarse ni se quejó. No abrió su boca para maldecir. Todo lo vivió en un profundo silencio. Y este modo de proceder nos cuestiona.
Contemplemos en Él a un hombre manso, de dolores, acostumbrado a quebrantos; un hombre auténtico, espiritual y valiente. El hombre que podríamos probar a ser; atravesado de arriba a bajo por una mansedumbre que le vuelve inmune. Confieso estar aún a kilómetros de Jesús, pero, cuestionado por su mansedumbre. Me atrae poderosamente su serenidad para afrontar el dolor y la muerte sin abrir la boca, sin quejarse y aceptando con decisión esa voluntad de vivir en el infierno de las pasiones humanas, sin tener porqué hacerlo.
Y eso me hace ver en Jesús a un Maestro que enseña sin palabras, con su vida. Y que nos da las claves para comprender al hombre y para salir de este laberinto de pasiones y contradicciones.
Jesús nos muestra el amoroso y comprometido rostro de Dios. Nos da luz sobre la grandeza de nuestra vocación humana. Y nos adentra con Él en el secreto que sustenta las fuerzas contradictorias entre el bien y el mal, presentes en la Tierra, nuestra casa.
Me apasiona Jesús. Me apasiona su enseñanza fundamentada en la mansedumbre, en la búsqueda de la paz, en su no-violencia. Y, como dice Pablo: «Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado». Misterio de la Cruz, que vamos a celebrar este año, crucificados nosotros mismos por el mal de la pandemia. Viviendo en este infierno.
Pepe Rodier me recordaba ayer, misteriosamente, una frase de San Serafín de Sarov, santo de la Iglesia Ortodoxa: «Ponte en el infierno, y no desesperes» decía. Lo mismo que hizo Jesús. «Vivir en el infierno» es una metáfora. Pero es eso lo que nos pasa ahora a todos y lo que les pasa a muchos en la vida diaria: vivir en un infierno.
¿Podremos aprender a vivir con la mansedumbre y la serenidad de Jesús estando en este infierno del coronavirus? ¿Sabremos vivir con esa grandeza de alma los diferentes infiernos que nos puedan aparecer en la vida? Quizá este ahí el secreto de la grandeza del ser humano.
Aprovecha este tiempo para seguir aprendiendo en la Palabra, en los gestos, en el alma de Cristo y en la tuya. Aprovecha para aprender en qué sustentar tu vida, tu dignidad, tu vocación, tu identidad y tu grandeza como hombre.
Y oremos unidos. Aprendamos, junto al Cristo manso, a ser mansos ante lo inevitable, y a pelear con dignidad y mansedumbre contra todos los males.
Sin olvidar a los enfermos, a los que les cuidan, a los que nos cuidan a todos, y a nuestros difuntos. Y a toda la humanidad sufriente.
Padrenuestro…
Ave María…
Antonio García Rubio.