Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 26º

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Unidad Pastoral de San Blas.
Parroquia de la Candelaria

Día vigésimo sexto. Estado de Alarma.
Miércoles Santo, 8 de abril de 2020.

 

Buenos días, hermanos y hermanas.

«Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?’ Isaías 50. La Palabra de la misa de hoy nos refiere, en medio de las penurias e injusticias de la vida, al misterio trascendente y providente de Dios. Cualquier hombre o mujer puede pedir su defensa o su ayuda incondicional. Esto lo creemos algunos creyentes, otros lo dicen, pero en el fondo lo dudan, y otras personas consideran que es absurdo hasta el hecho mismo de plantearlo.

Para estos últimos sólo parece existir la ciencia. Y, algunos la presentan como si fuera un dios contra el Dios de los creyentes. Para muchos la ciencia es la verdad que nos salva, y la fe es un engañabobos. La ciencia es el único dios al que se puede invocar. Lo oímos en estos días. Los creyentes en cambio, no aceptamos el uso de la ciencia como si de un dios único se tratara, menospreciando a Dios. Y por el contrario, afirmamos que la ciencia es un útil y precioso instrumento que tiene el hombre para hacer y construir un mundo mejor y más habitable para la humanidad, y para ello se complementa con la técnica y con otras muchas disciplinas, que cada día son más crecientes y apasionantes.

La fe se encuentra lejos de guerrear con la ciencia, y sabe reconocer su inmensa y fundamental labor. Lo estamos viendo estos días en el esfuerzo científico y sanitario para acabar con esta grave enfermedad del coronavirus. Pero, el ser humano, también lo vemos, no es sólo ciencia. Incluso algunos trabajos de la ciencia colaboran, dependiendo de quien financie sus investigaciones, para destruir al hombre y al planeta. La sagacidad y maldad de los grandes poderes humanos, lo mismo que han financiado a hombres religiosos o a políticos para granjearse su apoyo a lo largo de la historia, pueden introducir sus turbios intereses financiando el trabajo científico. Muchos se arriesgan a pensar si el coronavirus no será el resultado de una investigación científica, como lo son las armas bacteriológicas que nos amenazan cada día, por poner un sólo ejemplo entre miles de ellos.

La fe auténtica, la que nace de la Palabra y del corazón, resulta ser una ayuda primordial para los mismos científicos. Muchos de ellos son hombres y mujeres de fe que se fortalecen en el complejo trabajo de sacar adelante unas soluciones y resultados que favorezcan una ciencia al servicio de la persona humana, de su armónico crecimiento, de su sentido ético, de su sociabilidad, de su creatividad, de su fraternidad, de sus familias, y del desarrollo de todos los valores positivos que están insertos en el hecho de vivir honestamente haciendo el bien y creyendo en un Dios Padre que abraza a sus hijos y les anima a levantarse y a levantar a sus hermanos heridos de su postración o del abandono.

Existen fuerzas secretas en el ser humano que son activadas, incluido el amor, la amistad, la solidaridad, la generosidad, o la misma libertad, y que están ligadas al hecho mismo de creer y confiar en la fuerza para el bien que nos llega en oleadas de gracia desde el ser de Dios.

Toda esa gracia está diseminada entre todos los hijos de los hombres y llega a todos ellos, sean o no creyentes. «Dios hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos.» No hay oposición entre la fe y la ciencia. Sólo puede haber respeto y colaboración mutua y positiva. Poco a poco vamos comprendido que todo y todos estamos bellamente interrelacionados. Y que es la hora de que creyentes y no creyentes colaboremos juntos en bien de todo el pueblo. Superemos las incomprensiones, las peleas o las imposiciones por ambas partes en el pasado. Demos pie a una reconciliación en favor de la humanidad y de su futuro. Liberémonos de los lastres del pasado y alumbremos juntos un futuro nuevo, aportando lo mejor de cada uno.

Hay vida y dolor más allá de la pandemia que nos afecta. Y hemos de ir afrontando lo que nos divide. Es necesario salir de este agujero de muerte y desolación, defender la vida de los sin techo, o la de los que buscan el pan para sus hijos. Es necesario defender y apoyar a cuantos se está quedando sin trabajo, y sin opciones de encontrar soluciones laborales a corto plazo. Hemos de replantear socialmente la acogida amorosa para los ancianos solos o los que van a temer ser ingresados en una Residencia o van a desear salir de las mismas. ¿De dónde sacar tanta fuerza necesaria en medio de tanta flaqueza? Una ayuda fundamental que podemos aportar los cristianos es nuestra fe humilde y entregada, que está llamada a servir sin quejas, con generosidad y gratuidad.

Y cada día nuestra sincera oración, en el tú a Tú con el Padre, por los hermanos mayores que nos abandonan después de haberlo entregado todo; y por los demás difuntos. Por la inmensa cantidad de personas infectadas en todo el planeta. Y especialmente por los pueblos pobres que no tienen condiciones para afrontar una pandemia semejante. Y por los científicos que se emplean a fondo para encontrar vacunas y soluciones médicas para los más enfermos.

Padrenuestro…
Dios te Salve, María…

Antonio García Rubio.