Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día vigésimo octavo. Estado de Alarma.
Viernes Santo, 10 de abril de 2020.
Buenos días.
Ayer sumergí muchas veces mis manos en la jofaina, una por cada una de las personas que me pedisteis que os lavara espiritualmente los pies. Fue una experiencia sublime de servicio amoroso y limpieza de vuestros corazones. Gracias por esos nombres que me acompañaron en la celebración eucarística, además de sentir la presencia de todos los hermanos de la Unidad Pastoral. Mil gracias sean dadas a vosotros y al Señor.
Ayer recibí una noticia trágica, por la cantidad de fallecimientos, en una Residencia de Ancianos, llena de amigos y entregados hermanos, amorosamente dedicados a su cuidado. Y quiero confesaros que, como muchos de vosotros, este Viernes Santo no sé salirme de la rueda de muertes en la que estamos metidos. No lo sé hacer. Reconozco que estoy bloqueado dando vueltas y vueltas en torno al dolor de los otros, y que de tanto darlas y rodar, de tanto mirar, llorar y compadecerme, he acabado por formar parte de semejante dolor. Así sea. Nunca había participado en la cruz de Cristo, la de los crucificados de la tierra, de un modo tan radical. «Estoy crucificado con Cristo, gritará San Pablo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí…» Y yo me pregunto si también a nosotros puede pasarnos algo semejante. Es evidente que a muchos de los que están sufriendo de modo despiadado, y cerca de nosotros, les puede pasar y les pasa. Nos hace falta empaparnos el alma herida de estas palabras de Pablo. El que está crucificado con Cristo, está identificado con Él. Y donde esté Cristo, allí también se encontrará él.
Vivimos en un riesgo grave y posible, nadie está salvado. Todos estamos acosados por los cuatro costados. Y mirando y compartiendo en vivo el dolor de los sufrientes, uno aprende a vivir en lo alto del Calvario, en el epicentro del huracán, en la primera línea de fuego, en el punto álgido de la pandemia o en el mismo infierno. Hemos recitado tantas veces el Credo referido al Viernes Santo: «Cristo descendió a los infiernos», preguntándonos qué sería eso. Y, de pronto, aquí está la respuesta. También a muchos de nosotros se les está haciendo descender a los infiernos infinitos del dolor solitario, y se les deja permanecer allí por algunos días. Es bueno para el alma saber y aceptar que Cristo se nos adelantó a todos. Y, por eso, va el primero de todos. Y todos podemos saber y vivir lo que acabamos de escuchar en Pablo: Si estás crucificado, en la cruz, con Él, es porque Él llegó primero, y ahora y siempre está contigo.
El madero de la cruz, símbolo precioso del dolor de la humanidad. «¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol! ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida empieza.» Solo en ese madero, la cruz se volvió dulce, fiel, y el tributo que ofrece por nosotros. Solo en él, encuentra el derrotado su consuelo.
«En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo», nos decía Santa Teresa de Jesús. Pasar por la cruz. Cuando eso sucede, la humanidad entiende, comprende y siente la dulzura del consuelo; cuando nos llega la cruz, nos sabemos con alas y dispuestos para el gran vuelo. Cuando el dolor aprieta se llegan a sentir las más autenticas caricias de ternura, solo comprensibles en esa experiencia. Cómo sentiría Dios el dolor de los hombres, para poner a la cabeza del dolor a su propio Hijo, y así poder comunicarnos el secreto que esconde la vida, todo lo que no nos deja ver ni entender el orgullo y la ambición; todo lo que oculta nuestro dolor y todos los males que nos aprisiona, cuando los vivimos sin reconocer su presencia.
El Papa, al que nos sentimos íntimamente unidos como pueblo de Dios, dice el secretario general de Cáritas Internacional, “Sentimos que sufre con los que sufren por la epidemia. Y nos habla de ello desde el corazón”. El Papa, añade, «vive intensamente la comunión espiritual nacida de los distintos momentos de oración que organiza.» Y ha asegurado a otras personas con las que se ha reunido estos últimos días: «que el ‘mundo posterior’ será diferente, y que la Iglesia también cambiará debido a esta crisis.» Nicolas Senèze, en Roma. La Croix.
Señor Jesús, colgado de la Cruz. Todo lo ansiamos, menos la cruz. Y, parece ser que es la cruz el símbolo que, vivido y aceptado en la vida, nos puede descubrir los secretos que el pecado de la ambición desmedida, nos impide desvelar. Ahora, que estamos sufriendo de un modo radical e incomprensible, en esta pandemia, danos la sabiduría de tu cruz, en la que nos prometes que podemos encontrar la salvación y el camino de salida del laberinto en el que nos enredado nuestros graves errores de estos años de loca devastación. Amén.
Cuando esta tarde a las 17 horas, celebre en casa los Misterios de la Pasión y Muerte del Señor, presentaré en la Oración Universal, el dolor, el sufrimiento o la cruz de cada uno de los que me lo pidáis. Y si la petición la acompañáis de la foto de alguna cruz con la que os identificais, mejor. Así tendré presentes «vuestras cruces» encima de la mesa.
Padrenuestro…
Ave María…
Antonio García Rubio.