Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 32º

BERLIN, GERMANY, FEBRUARY – 16, 2017: The mosaik of the Blessed Jesus in church Marienkirche by workroom Cosmomusivo (2014) after old icon from Katherine cloistero on the Mt. Sinai.

Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día trigésimo segundo. Estado de Alarma.
Martes de la Octava de Pascua, 14 de abril de 2020.

 

Sigamos vibrando, hermanos, en clave de Octava. En nuestra oración de hoy, hemos de valorar estas palabras del Salmo: «Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte.» Y al leerlas hemos de sumergirnos, como creyentes, en esta situación de pandemia, de enfermedad y de muerte, que hiere el alma de miles de familias, y de todos nosotros, la gran familia. Y considerar que este es un drama común que nos afecta a todos, a creyentes y a no creyentes, a los defensores de la ciencia y a enamorados de la fe religiosa. Este es el drama de una sociedad que ha de mantenerse unida contra su amenaza. Ni la fe en Dios ni los datos de la ciencia, como si de dos contrincantes se tratara, pueden pretender aprovecharse del dolor humano para salir victoriosos de esta tragedia. Ni una, ni otra. Todos los seres humanos somos igualmente frágiles ante el dolor y la muerte.

¿Dónde están puestos hoy los ojos del Señor, de los que habla hoy el Salmo 32? Están, dice, puestos en los que sufren, y en los que esperan en las puertas de la sanación o de la muerte; están en la inteligencia de los que buscan en los laboratorios vacunas y medicamentos apropiados; están en las manos y la mente de los que se agotan para librarnos del dolor, del confinamiento, de la UCI o de la muerte; están presentes en el corazón de los que oran con generosidad y grandeza de alma, de los que desean la salud, el bien, el crecimiento humano, el desarrollo de una sociedad más digna e igualitaria en la que los mas afectados, y toda la humanidad, se recuperen de las heridas y los traumas sufridos. Esos ojos están puestos en el horizonte de una sociedad renovada, donde todos vivan como hermanos, sin que se imponga el amor al dinero y la ambición por encima del cuidado de las personas, del bien común y de la justicia. Esos son los ojos de amor que quieren librar a los seres humanos de la muerte.

Hace tiempo que muchos dejamos de creer en un dios menor, protector de una tribu y de unos privilegiados, mientras abandonaba al resto a su suerte. Y aprendimos que los ojos de Dios lloran con los que lloran y sonríen con quienes intentan ayudar a los que van un paso por detrás. Es hora, pues, unidos a esos ojos, de no manipular a la ciencia, que es de todos y lucha por todos; y de no manipular a Dios, que es de todos, mira a todos, llora con todos y ofrece su fortaleza y su bondad a todos, crean o no crean. “Hace salir el sol y manda la lluvia para todos”. ¿Quién de nosotros, creyente o no creyente, conoce el interior de cada corazón humano? ¿Quién reparte hoy carnets de la verdadera fe o de la auténtica bondad natural de las mentes? Todos vamos en el mismo barco.

Existen unas bienaventuranzas que, al menos los creyentes, hemos de orar cada día. Los bienaventurados se saben empujados por el aliento de Dios. Las bienaventuranzas llaman la atención de las mentes y los corazones duros, tanto en el ámbito de la ciencia como en el de la religión. Silenciando y meditando todos en ellas, hagamos que vuelva a nacernos el anhelo de encuentro y que se alejen los prejuicios del pasado. Aprendamos a respetarnos, a escucharnos, a discernir juntos con sabiduría y con gracia, a valorar la buena voluntad, la sinceridad de los corazones y de sus búsquedas. Vamos todos juntos en el mismo barco.

Estamos condenados a entendernos, o al menos, urgidos y empujados a hacerlo, a comprender las peculiaridades, abandonar las rigideces y las posturas hirientes. El encuentro y el diálogo no son fáciles. No somos unos ingenuos que cantemos al viento. Hablamos de cuestiones prejuzgadas, plurales, indefinidas, e históricamente enrevesadas, como tantas otras. Hablamos de mundos heridos, incomprendidos o estigmatizados, donde seguirán existiendo los que buscan el encuentro y los que se enganchan en la pelea radical. Esta es una parte de las diferencias: existen los que las agrandan y las ven imposibles, y los que las achican y favorecen el encuentro amistoso y dialogante. Vamos todos en el mismo barco.

Acabo convocando a los hermanos cristianos, hoy recluidos en nuestras familias, soledades y hospitales, y a todas las personas de buena voluntad, a los que me dirijo cada mañana, a movernos en el entorno de los ojos de Jesús. Me apasionan, y sé que os apasionan sus ojos. Busquemos hoy, aunque sea en Internet, un icono de Cristo con los ojos grandes. Y miremos y oremos ante ellos. Estamos llamados a que esos ojos sean también los nuestros. Y hemos de aprender a mirar con ellos. Y desde ellos descubrir a sus bienaventurados, que también son los nuestros. A estos especialmente se dirigen los ojos del amor sanante de Dios, que miran a través de nuestros ojos y de los ojos de los sanitarios y de los científicos, para librarles del mal, de la pandemia, y, por supuesto de la guerra, del hambre, y de las injustas y sangrantes diferencias.

Pidamos hoy en la oración los ojos de Cristo Jesús. “Sánanos con tus ojos, Señor. Y ayuda a que todos los hombres de buena voluntad sanen a través de ellos a sus hermanos.»

Padrenuestro…
Ave María…

Antonio García Rubio

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