Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día trigésimo quinto. Estado de Alarma.
Viernes de la Octava de Pascua, 17 de abril 2020.
Un nuevo día para dar gracias a Dios, en el centro del sufrimiento. Seguimos celebrando la Octava de Pascua en confinamiento. Paz para todos, amigos.
Nos vemos atacados, en lo hondo de la conciencia por la muerte de aquellos a los que amamos, por los que oramos cada día. También por los muchos dolores, pesares, preguntas, incertidumbres, cansancios o parálisis. Muy especialmente nos vemos sobrepasados por este mal sin rostro que nos acecha, y por la impotencia que nos hace padecer en el secreto de nuestros corazones. A veces, incluso, muchos de nosotros procuramos aparecer activos, o activistas, o desearíamos estarlo, solo con el fin de calmar la ansiedad y el desasosiego que nos produce la impotencia. Y para mantener una cierta esperanza salimos a aplaudir o gritamos, aunque nuestros gritos sean secos. ¿Qué hacer ante el dolor profundo, escurridizo y persistente que produce la impotencia?
Mirad, con serenidad, la lectura del final del evangelio de Juan. Nos presenta, de vuelta en Galilea, a un grupo de 7 discípulos, que capitaneados por Pedro, y con claros signos de impotencia ante lo que está sucediendo con Jesús, deciden volver al barco y a las redes que dejaron. El hecho de tener la impaciencia metida en el cuerpo y pretender volver al activismo de su viejo ser, es el más claro signo de su impotencia. Y lo es más aún, el hecho de que estuvieron toda la noche pescando, y nada pescaron. Existen similitudes con nuestra actual situación de impotencia por la pandemia. También nosotros estamos desolados, inquietos, temerosos del futuro, oyendo inquietas noticias, y viendo las dificultades de afrontar unidos lo que nos viene encima. Muchos se inquietan ante las muertes mayoritarias de los mayores, en las residencias, y al conocer los datos de tantos desprotegidos y sin trabajo, ante la crisis. Y la impotencia, el no poder hacer nada, nos oscurece la esperanza.
¿Qué sucede en el relato del Evangelio? Leamos con la paz que da la misma Palabra. Nos ofrece una solución sencilla. Se dirige a la impotencia actual de los entubados, de los enfermos en soledad, de las víctimas económicas de la pandemia, de los que querrían hacer y no pueden, de los que se ven envejecidos, enfermos, limitados, con miedos. Es una humilde medicina:
Retomamos las palabras de Pedro en la lectura de los Hechos: «Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.» Recordemos a San Ignacio y su Principio y Fundamento. El encuentro con Jesucristo, cambia la oscuridad en luz, la noche en día, y la impotencia en fortaleza, cuando llegan las pruebas. Él, el Señor, a quien amamos y conocemos aún más en esta Pascua, el que murió en la impotencia radical de la cruz, con todos sus proyectos aniquilados, sin amigos ni apoyos, solo, pendiente del silencio y de la mirada del Padre. Es Él, eso sabemos por la fe, el que puede dar salida a nuestra impotencia.
Jesús Resucitado, el Señor, es el que recuerda, que María de Betania eligió la mejor parte, la que nadie podrá quitarla. Es «el Señor» al que saben ver los ojos de los discípulos amados. Es el que, ante el hambre impotente del pueblo, bendice el pan, lo multiplica y lo comparte. Es el que levanta a Pedro de su impotencia por haberle negado. Es el que hizo comprender a Teresita de Lisieux, en medio de la impotencia de la tuberculosis que destrozaba su juventud, que su lugar en la Iglesia era el amor, y que en ese amor podía participar de la vida de los misioneros y de toda la Iglesia. Es el que hizo escapar a San Juan de la Cruz, tras largas y tediosas noches oscuras de impotencia, de la cárcel en la que descubrió la Fuente que mana y corre. Es el que hizo salir de su protección e impotencia a san Óscar Romero, y le expuso al martirio por defender a los pobres. Es Él, el Señor. Recurramos también nosotros a Él.
Él nos sanará, nos salvará, nos fortalecerá, nos sacará de los miedos y de la tribulación, nos devolverá el sentido y la esperanza, nos pondrá al frente de las ayudas y servicios a realizar en cada momento, nos saldrá al encuentro cada mañana y cada tarde, en nuestro silencio orante o en nuestra oración compartida en familia. Y nos librará de la impotencia. Pues, como rezamos cada día en la eucaristía: TUYO ES EL REINO, TUYO EL PODER Y LA GLORIA, POR SIEMPRE, SEÑOR.
Padrenuestro…
Ave María…
Antonio García Rubio