Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día trigésimo sexto. Estado de Alarma.
Sábado de la Octava de Pascua, 18 de abril de 2020.
Hoy, sábado de la Octava, unidos a María, pedimos sabiduría y paz para afrontar el futuro.
A veces, limitamos nuestra sensibilidad a los más próximos, y perdemos de vista la globalidad del drama que nos asola. La naturaleza está dando señales de alarma desde hace tiempo. Crecen los desastres naturales, los gemidos de los pobres y de los violentados. Se expanden enfermedades raras e infecciones generalizadas. Se pierden valores humanos y se olvida la fe. Crecen la avaricia y el individualismo, el desprecio a los diferentes y los que no cuentan. Desaparecen especies. Crece la contaminación de las aguas y de la atmósfera. Cómo se desarrollan la industria armamentística y la fabricación de armas biológicas de destrucción masiva. Se acumula la deuda de los países pobres, y faltan recursos vitales para muchos…
Y, a pesar de la gente que se deja el pellejo para que llegue la información y crezca la conciencia, ha seguido existiendo una mayoría, que no escucha, agranda la dureza de los corazones, y agrava el sufrimiento de la vida. Ha ido creciendo de modo poco consciente la sensación de alarma y de peligro, hasta hacernos participes de esta pandemia que nos paraliza y nos pone en crisis el futuro. Llega el coronavirus, un ser microscópico y diminuto, y nos contamina, enferma, amenaza, sobrepasa, encarcela, llena de miedo y estrés, y nos deja miles de muertos. Y, al vernos encerrados en la soledad, y en duelo, recibimos una llamada general en nuestras conciencias, y empezamos a despertar.
Pasan los días… Ya van 36, desde el anuncio del establecimiento del Estado de Alarma, y observamos que los ánimos decaen, los pensamientos se enturbian, las reflexiones bajan de contenido ético, espiritual, humano. También se observa la división y los enfrentamientos. Y son muchos los que desean que esto pase, y que volvamos a lo de antes, a la pelea de intereses de unos u otros. ¿Será posible que no hayamos entendido casi nada y que dejemos que se nos endurezca de nuevo el corazón? ¿Volveremos a una sociedad destructora del planeta y de la vida, sin conciencia del mal que provoca? ¿Seremos incapaces de escuchar, y comprender la llamada radical que nos hace la naturaleza?
El que se niega a comprender, se niega a amar. Pues, la comprensión está íntimamente unida al amor. El que se cierra en sí, en sus prejuicios e ideologías, o en su ambición, y se niega a mirar la realidad que nos muestra la pandemia, se niega a comprender. Y el que se niega a amar, se niega a creer, a convertirse, a dar la vida, que es el amor en grado extremo, como el de Jesús. Y se niega también a darse, y a darnos a todos, la oportunidad de volver a intentar caminos sanos y fraternos para la humanidad.
No seamos tozudos. Este virus trae en sus entrañas, de rebote, un mensaje fundamental: o cambiamos o cosas más dramáticas veremos y padeceremos. ¿Es el momento de cambiar? La tierra, con su inteligencia, y empujada por la manipulación del hombre, trata de proteger la vida y el Universo de los abusos del poder del hombre. Y ella misma nos recuerda, que la última palabra sobre la vida no la tiene nuestra arrogancia. Es fundamental que no vivamos al margen del amor para el que hemos sido creados. Esta es una nueva oportunidad para cambiar el rumbo. Y se percibe con nitidez desde una humilde escucha en la parte baja del mundo, y cuando acercamos la mirada al amor que se entregó y se derramó en la cruz de Cristo, la misma cruz de los empobrecidos.
Estamos en la Pascua. Tiempo para aprender del amor de Dios, que ha levantado a Jesús de la muerte. Tiempo propicio para tomar decisiones valientes, generosas, que conviertan nuestro corazón, y le orienten para entregarse al cuidado del hombre y de la tierra, nuestra casa. Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.” (Mt 11, 25-26)
Oremos unidos. Silencio y oración nacen en el corazón de la gente sencilla y sufriente. En el limpio corazón de la Madre de Jesús y Madre nuestra. Recuperemos la generosidad y valentía de los que no se sienten poseedores de nada ni de nadie, ni manipulan las fuerzas del planeta en beneficio propio. Recuperemos los valores de la gente sencilla, que sabe que la vida es el gran don de Dios, y que es Él quien nos invita y persuade para convertirnos, y así traer días de paz, justicia, esperanza y fraternidad.
Padrenuestro…
Dios te Salve María…
Antonio García Rubio.