Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día quincuagésimo segundo. Estado de Alarma.
Lunes, 4 de mayo de 2020.
Buenos días, paseantes y gente alegre, y confiada entre las sombras…
Pensé acabar estos comunicados ayer. Sin embargo, el corazón me lleva a prolongarlos algo más. A alguna persona le sirve. Llevamos cincuenta y dos días de opresivo confinamiento, y se notan pesadas secuelas. Tras esta lucha extenuante, hay personas abocadas a la depresión, el miedo a salir, la inseguridad afectiva, el pavor ante el futuro incierto, la aprensión al contagio, y sobre todo, una profunda inquietud se acaba en malos modales en la relación con los cercanos, y en una profunda y solitaria tristeza. Y eso me provoca a hablar de dos experiencias sencillas, pero necesarias de repasar:
La primera. Es una invitación a no perder de vista un aprendizaje esencial para vivir con paz y serenidad en medio del vacío y del pesimismo ambiental. Centrémonos en esta primera. Solemos tener una aspiración errónea: querer y buscar la felicidad a cualquier precio, o de cualquier modo. Se nos mete entre ceja y ceja que eso es lo mejor de la vida. Es verdad que ese deseo de felicidad viene en nuestro ADN, pero necesita de un aprendizaje que le purifique y oriente. Sin embargo, nos pueden las prisas, el estrés, y la presión ambiental de este diabólico sistema de vida. Y, a bastantes personas les hacen ir dando tumbos, y pasando por cañadas oscuras. Bandazos que van desde aquel «Primer amor, primer dolor» de José Luis Martín Vigil, de la adolescencia, hasta los provocados por la pérdida del prestigio, del trabajo, de la unidad familiar o del fracaso en la empresa. Y por ellos, progresivamente, y por la frustración que nos provocan, nos vamos experimentando como infelices. Poco a poco descubrimos que la felicidad resulta imposible, y, entonces, agobiados, nos hundimos, deprimimos o nos refugiamos en otras búsquedas peligrosas como el ansia de dinero para poder comprarla, la soledad maldita que nos arrastra a la droga, la bebida, el juego, el abuso del sexo, que se convierten en salidas con unas profundas rupturas internas y externas. Buscar la felicidad a cualquier precio nos suele hundir en el sufrimiento o la marginalidad. Y nos convertimos en seres individualistas, con dobles vidas, e insensibles ante el dolor que provocamos en los otros.
Ese es un camino posible y frecuentado por muchos. Y lógicamente hemos de comprometernos en buscar, con los que los transitan por ellos, y se desestabilizan, para ayudarnos todos a superar las más duras pruebas, y a reparar y sanar esas vidas para que se reincorporen a vivir y transitar por caminos positivos.
Sin llegar a esos extremos, se da otra postura de más bajo tono, pero de similar prejuicio previo: vivimos estresados por ser felices, y al no conseguirlo, nos sentimos engañados y defraudados. Y nos entra la tristeza. ¿Hay algún camino de salida? Se precisa de la búsqueda personal, y del apoyo de medidas de orden social, político, religioso y económico.
En lo que se refiere a lo personal, es fundamental nuestro empeño en superar ese aforismo de buscar la felicidad a cualquier precio, como si fuera algo inalcanzable. Y aprender a vivir con paz, con salud mental y espiritual, en medio de las contradicciones de la vida. Aprender a gustar de lo bueno, y a saborear con delicadeza de alma de lo que no es tan bueno, pero que suele ser una llave maestra para el bien. En pocas palabras: uno es feliz cuando sabe vivir con paz en lo que cada día tiene ante sí. El objetivo no es alcanzar la felicidad como algo externo nosotros mismos, y que nos llegará cuando todo nos sea favorable y perfecto. No, la felicidad humilde está en hacer el bien, y en aprender a conducir la vida por el camino del bien. Y para eso, a veces, ayudan más las peores experiencias de la vida, que las más gozosas. Vive con paz cada momento. No pidas más que lo que se te da. Y aprovecha con un corazón sensato y generoso las oportunidades de la vida para salir de ti y para servir a tus hermanos. La felicidad nace sola en el corazón del que aprende a tener una mirada bondadosa y no pretenciosa sobre la vida. Eso es lo que nos enseña Jesús. Paz
Y la segunda hace relación a adquirir en nosotros una sana habilidad espiritual para contactar con el don de la alegría, aunque seamos visitados por la depresión y la tristeza.
Perdonad por lo extenso de la primera. La segunda es reiteración de algo ya hablado. La alegría es un don. Tampoco se compra. No hay que pagar por ella. Si pagas por tus risotadas, has de saber que son algo muy diferente a la alegría. Ésta está muy ligada a la felicidad. Y es humilde, y tímida. Aparece cuando se lo pedimos. Y permanece fiel a nuestro lado para cuando necesitemos invocarla. Con esbozar una leve sonrisa, brota rauda y se pasea por todo el cuerpo. A veces hace vibrar a todas las células del mismo. No te dejes encerrar en la amarga estrechez de la tristeza. Has de saber que la alegría está ahí, escondida en algún rinconcito de tu alma. Invócala, llámala. Sal de la cápsula de la tristeza. “Estad alegres.” “Vuestra tristeza se convertirá en gozo.” “Tened paz unos con otros.” El Espíritu, que nos habita por el bautismo, es pura danza y alegría. Ven Espíritu Santo…
Seguimos sumidos en la oración del corazón, en el profundo silencio de la escucha, y en la humilde petición y súplica: por los vivos sufrientes y por los difuntos. Recordemos hoy a los que han equivocado el camino en su búsqueda de la felicidad. Y por los tristes, abatidos, depresivos. Podemos ser cualquiera de nosotros. Y podemos pasear alguna hora. ¡Bien!
Padrenuestro…
Ave María…
Antonio García Rubio.