Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 53º

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Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día quincuagésimo tercero. Estado de Alarma.
Martes, 5 de mayo de 2020.

 

Buenos días, paseantes, y amigos que llenáis la vida de gratitud.

Recibimos una invitación a ser agradecidos, y a vivir y mantenernos en estado de gratitud. Casi nada. Ayer leímos, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que Pedro tuvo una visión en la que se declaraba puros a todos los alimentos, que eran para todos. Después comprobó, al ser llamado a bajar a la casa de una familia de Cesarea, que recibió el Espíritu, y a los que bautizó, que todos estábamos llamados a vivir un mismo Espíritu. Esos dos hechos, tan importantes para el crecimiento de la Iglesia fuera del judaísmo, me han conducido a una visión de la totalidad de la vida, y a dar infinitas gracias a Dios y a la vida por las cosas, que danzan sirviéndonos ante nosotros, por el aire que respiramos, por los alimentos que nos mantienen en pie, y por la infinidad de personas que cada día colaboran, unas con otras, para hacer posible el milagro de un mundo que funciona y ofrece infinitas oportunidades para vivir y convivir cada día.

Gratitud. Agradecimiento desde el corazón por hacer posible la vida cada día. Llevamos viviendo, rodeados de los bienes esenciales para la vida, sin apenas movernos de casa, durante más de cincuenta días, y así durante toda la vida, gracias a que cada uno realizamos con nuestro trabajo algo que ayuda a la vida de los demás. ¿No os parece algo maravilloso? Hemos de mostrar nuestra gratitud infinita y concretarla en rostros precisos, en historias precisas. Lo contrario a la gratitud es la ingratitud, o peor aún, por ser más demoledora, es la indiferencia, y aún más lo es la envidia. Son las partes insanas, y necesitadas de sanación y de conversión.

Pero, pongamos unos poquitos ejemplos: el pan de cada día, el agua que llega a nuestros grifos, los libros que leemos, el aire puro que respiramos, el transporte que utilizamos, los medios electrónicos y digitales que usamos, el vino de nuestra mesa, el cafetito, la casa que habitamos, el sol, los cristales que nos protegen, la inteligencia y la ciencia, las sonrisas que nos alegran el día, la lechuga, la cebolla y el tomate, el aceite y la miel, los tractores, la leche, el detergente, la luz… Detrás de cada cosa, de cada habilidad, de cada destreza, de cada trabajo, de cada cosa, de cada don diario y cotidiano, existe y se da una red inmensa de manos, de vidas, de sufrimientos, de esfuerzos, de sacrificios, de corazones, de mentes, de silencios, de investigaciones, de desarrollo, de historia, de seres vivos, de hombres y mujeres, de Dios.
Qué sería de cada uno de nosotros sin toda esa multitud de seres vivos con manos, con rostros e historias, con luces y sombras, con alegrías y tristezas, que permiten que la salud, la enseñanza, el alimento, el vestido, la casa y todo lo necesario para la vida, y para la relación entre los seres humanos, sea posible. Es maravilloso. Es grande, inmenso, infinito. Llega al cielo y baja de él. Benditos todos los que se dejan la vida con su trabajo diario para que todos vivan una vida mejor, más confortable, más justa, más humana, más espiritual.

Bienaventurados y felices aquellos que hacen todo con amor y por amor a sus semejantes. E, igualmente bienaventurados, los que saben que todo lo que les llega a sus vidas es un don de Dios, y un regalo inmenso de sus hermanos invisibles, de tantas manos y de tanta entrega desconocida. Demos hoy, y cada día, gracias. Un “gracias” que resuene en el Universo y haga vibrar de gozo a la naturaleza, a los seres vivos, que nos dan su vida para que vivamos, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que se levantan cada día a trabajar y a facilitarnos y hacernos provechosa la vida al resto de los hijos de Dios. Felices ellos. Felices todos. Seamos agradecidos. A todos les debemos el amor que ponen en ayudarnos a vivir con dignidad y belleza. «A nadie debáis nada, más que amor». Y la gratitud nos recuerda que “amor con amor se paga”. Y como decía San Juan de la Cruz: «El alma que anda en amor, (y ‘en gratitud’, añadiríamos) ni cansa ni se cansa.”

Oremos hoy por todos los que ocultamente a nuestros ojos, nos sirven con su trabajo callado y diario. Y al pasear en este día, mira a los que se cruzan contigo, y hazlo con sentimientos de verdadera gratitud. Quizá cualquiera de ellos sea el que amasa tu pan cada día sin que lo sepas. Y pide por los enfermos, los ancianos y los difuntos. Sé agradecido por todo y serás mucho más feliz.

Padrenuestro…
Ave María…

Antonio García Rubio.