Por Antonio García Rubio
VUELVE A GALILEA
Secuencia: «Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua». Volver a Galilea se convierte, en tu corazón desconcertado, vacilante, buscador y creyente, en la atracción y el anhelo de este tiempo de gozo pascual, aunque incierto. Esta es la invitación de Jesús a la comunidad apostólica y pascual, y lo es también para nuestras comunidades cristianas que celebramos el Domingo de la Resurrección del Señor. «La cosa comenzó en Galilea», y Galilea seguirá siendo el lugar al que volver; y el lago de Galilea, será ese mar al que regresar con el fin de volver a experimentar, entre la zozobra de las olas gigantescas de nuestro mundo, la presencia templada y amada del que ha resucitado de entre los muertos. Galilea es el lugar que aún nos queda en el mundo para volver, y es, por tanto, la antesala del Reino, el lugar espiritual esencial para la renovación de tu vida. Galilea es el lugar del primer amor.
RECOMPÓN LA DIGNIDAD DEL TESTIGO Y DISCÍPULO. COME CON ÉL.
Los discípulos comienzan en Galilea algo realmente nuevo; escuchan y se comunican con un hombre íntegro, compasivo, amigo, profundo, maestro de un nuevo camino y de un nuevo modo de ser y de vivir. Ese único camino, que se identifica con su persona, es el del amor. En Galilea comienzan los discípulos a ver cómo este hombre, que les atrae como un imán desde la hondura de sus ojos, de sí mismo, de su raíz, les sale al encuentro, y sale al encuentro de todos los abandonados, a los que va recomponiendo en su dignidad humana, pobres, lisiados, leprosos, ciegos, pecadores, los que no cuentan. Hechos 10: «Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos. Lo mataron colgándolo de un madero. Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a los testigos que hemos comido y bebido con él después de su resurrección». Oh, feliz Resurrección. En Galilea han vuelto a verle, han comido y bebido con Él. El colgado del madero, vive. Esa misma es la sensación y experiencia que tú, discípulo de Jesús del siglo XXI, sigues teniendo de Él, en la Galilea de tu corazón, y en la Galilea de la Eucaristía dominical, donde te vuelve a aparecer Él, vivo y resucitado, en el marco trascendente de la comida pascual, comida eucarística, comida de hermanos reunidos en su nombre.
CONFIAR EN LA PIEDRA DESECHADA.
Salmo 117: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente». Ya no puedes dejar de creer en el Padre de la Vida. Imposible no hacerlo. Ves cómo ha levantado a Jesús de la muerte, y como te sigue levantando a ti, y como levanta a los pobres y abandonados que confían en Él. Por negra y oscura que se ponga la vida, y lo está, no dejarás de confiar en Él, de volver a su y a nuestra Galilea, de volver a contemplar la piedra que desecharon, convertida en la piedra que corona y da estabilidad a tu vida, a nuestra vida, a la vida del mundo. Él te anima a ser, con su Espíritu que aletea en ti, otra piedra angular que, en su nombre, y sin protagonismos rancios, des estabilidad y ambiente de luz y esperanza a tus hermanos.
LA RESURRECCIÓN LLEGA CON EL VACÍO.
Colosenses 3: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios». Conocer a Cristo Resucitado y compartir la vida con Él es hoy tu modo preciso de morir con Él y resucitar con Él. Aprende en el vacío, la austeridad, el compromiso de amor con los desalentados por el dolor y la injusticia, y en el silencio contemplativo de las horas y horas de tu vida, a resucitar con Él, a vivir la vida nueva que se te dio en el bautismo. Su resurrección es tu oportunidad para VIVIR. Aprovéchala.
HOMBRES Y MUJERES NUEVOS.
Magdalena es el prototipo del hombre y la mujer nuevos. Hay que ponerla en el primer plano de los elegidos y de los enviados. No hay distinción entre hombres y mujeres en el día nuevo de la Resurrección. Mujeres y hombres entran, ven, reciben la nueva misión de anunciar la Buena Noticia. Todos vuelven a Galilea a remozarse, a recomenzar la aventura de una vida nueva donde la dejaron ayer. Juan 20: «El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro… Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos». Ver y creer. Eso es lo que te sucede a ti, lo que lleva sucediendo durante veinte siglos. Pide hoy, domingo del Señor Resucitado, que en la oración silenciosa de tu corazón, o junto a tus hermanos en la Eucaristía, o después en tu vida junto a los pequeños, le vuelvas a ver, sientas que se te iluminan los ojos, que te vuelven a aparecer los sueños de amor y el anhelo de participar en la misión de la esperanza cristiana: La fraternidad, la Comunión.
Feliz Pascua de Resurrección.