SIN COMUNIÓN NO HAY CRISTINIANISMO

Publicado en Alfa&Omega el 11/04/21 – Manuel Mª Bru es el Delegado Episcopal de Catequesis del Arzobispado de Madrid y miembro de la Comisión Diocesana por la Comunión Eclesial

Confieso haberme conmovido, haber reído y haber disfrutado de la lectura de estas meditaciones en las que Gabriel Richi, teólogo especialista en eclesiología y decano de la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso, nos propone el misterio de la Iglesia en comunión con la sencillez y la profundidad del Evangelio.

Parte el autor de la verdad más radical, de la comunión, y la sitúa no solo como don –antes que como tarea–, sino como don que nos constituye esencialmente: «Mi yo es –desde su origen mismo– relación. No está condenado al aislamiento y, en última instancia, no tiene que hacer nada para estar en comunión, porque su misma existencia ya es este hecho de la comunión: soy porque otro me ama». A partir de ahora sitúa el descubrimiento de la comunión en el camino en el que fue históricamente descubierto, el de los discípulos de Jesús. Es decir, «en ponernos detrás de Él y reconocer cómo nos ha revelado este misterio de comunión, cómo nos hace participar en dicha comunión, y cómo modela nuestra existencia a partir de este don que nos precede». Por eso nos recuerda que Jesús «empezó a compartir la vida con aquellos hombres, a morar con ellos, a ir a sus casas, a salir de pesca con ellos. […] Sus palabras dichas con autoridad, su predicación, sus milagros, sus curaciones, sus disputas con los fariseos; todo es llevado a cabo delante de sus discípulos, es decir, teniendo como primeros interlocutores a aquellos a los que había llamado a vivir con Él, a compartir su vida».

Como ellos, «para ser llamados a la comunión no es necesario cumplir ningún requisito previo», ni «realizar ningún cursillo de preparación».Solo hace falta una disposición libre a la gracia de la comunión, que parte de unas «fuentes de la comunión». A saber: la escucha, el perdón, la mesa compartida y la caridad fraterna, porque necesitamos la escucha confiada de María y la escucha permanente del mismo Jesús. Porque por el perdón, que «es el origen siempre presente de la comunidad, somos una sola cosa porque somos perdonados ahora, porque el Espíritu de amor destruye el muro que nos separa y hace de nosotros un solo pueblo, ahora, en cada instante». Porque «si la Eucaristía, la mesa compartida, no se convierte en el criterio de juicio y de decisión en nuestra existencia –y para ello es necesario celebrar la Eucaristía y abrir espacio en nuestro corazón a la presencia del Señor–, nuestra vida comunitaria se reduciría a un intento, permanentemente fallido, de llegar a ser una sola cosa». Porque «la caridad fraterna es la expresión visible, perceptible, del acontecer de la comunión trinitaria en la historia de los hombres» y «no hay mayor amor» que este.

Luego nos propone descubrir la comunión en los consejos evangélicos (porque «la comunión como clave de la existencia significa que ya no vivo para mí mismo, que la definición de mi persona está precisamente en la pertenencia a Aquel que me ha llamado a seguirle y que, por tanto, todo se juega en el sí radical y cotidiano a esta relación. Sin límites ni medidas») y en el servicio a la comunión a través de dos autoridades: «la autoridad objetiva que está vinculada a lo apostólico y la autoridad de los santos, de los testigos, a los que todos queremos seguir e imitar con naturalidad».

Deja para el final los dos referentes esenciales, origen y fin de la comunión: la comunión trinitaria, «misterio de comunión eterna en el que las diferencias son expresión del amor sobrenatural y eterno que es Dios mismo», y la misión, porque «la comunión no es una bella consecuencia de nuestra fe, sino que es el contenido de la misma fe», «sin comunión no hay cristianismo», y «el testimonio que estamos llamados a ofrecer al mundo no es otro que nuestra comunión, que nuestra unidad».