SÍNODO, LA AVENTURA DEL ESPÍRITU

Por: Mons. Luis Marín de San Martín OSA
(Artículo publicado en la Revista Ecclesia)

 

“Sin un poco de santa locura la Iglesia no extiende sus pabellones” (San Juan XXIII)

 

1.      Caminamos juntos en Cristo camino

El Espíritu Santo, con la fuerza del Evangelio, rejuvenece la Iglesia y la renueva incesantemente[1]. En estos tiempos de crisis, más que nunca, necesitamos la fuerza del Espíritu, que nos une y nos impulsa a ser testigos del Resucitado hasta los confines de la tierra “Sínodo”, etimológicamente, significa “camino que se hace juntos”, “caminar juntos”, y se refiere a lo que la Iglesia es en sí misma. La sinodalidad pertenece a su esencia, como también la dimensión comunitaria o la misión. Por tanto no es una moda pasajera, un lema vacío o una ocurrencia del Papa. La Iglesia es sinodal en sí misma. Con lograda expresión, san Juan Crisóstomo afirmaba que Sínodo es nombre de Iglesia[2], es decir, son sinónimos. Por eso el reto, la aventura que se nos propone es la de concretar y desarrollar la experiencia del “nosotros” como moción del Espíritu.

Así fue en los primeros tiempos de la Iglesia. Luego, sobre todo durante el segundo milenio, se fue oscureciendo esta práctica, este modo de ser, al tiempo que se potenciaba la concepción piramidal y monárquica. El Concilio Vaticano II supuso un cambio de perspectiva, tal y como se recoge principalmente en la Constitución Lumen Gentium, tanto con la teología del Pueblo de Dios (que participa en la función profética de Cristo y por eso debe ser escuchado) como con el desarrollo de la colegialidad (que es una forma específica de la sinodalidad en el ministerio de los obispos).

¿Por qué la Iglesia es sinodal? El punto de referencia es siempre Cristo Resucitado. Todos estamos llamados a la unión con él, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos[3]. Evidentemente “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”[4]. El cristiano se identifica con Cristo, se transforma en él: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Pero debemos tener muy claro que no existe Cristo sin Iglesia ni Iglesia sin Cristo (lo primero llevaría a negar el evento de la Pascua y Pentecostés; lo segundo al sociologismo o a una referencia meramente política). Cristo y la Iglesia forman una unidad indivisible, inseparable. Es lo que san Agustín denomina el “Cristo Total”[5]. Este concepto se expresa con bellas imágenes, como la de la vid y los sarmientos y, más aún y con mayor fuerza, con la de la cabeza y el cuerpo. Dicho con otras palabras, la fe cristiana es comunitaria: expresa y vive la comunidad en el Resucitado. Por eso el individualismo es un verdadero contrasentido para el cristiano.

2.      Participación, escucha y discernimiento

La Comisión Teológica Internacional publicó en 2018 un texto muy claro y preciso, cuya lectura recomiendo vivamente[6]. Se recuerda que la sinodalidad es el modo de ser y de obrar del Pueblo de Dios, que se concreta en la corresponsabilidad y participación en la vida de la Iglesia. Porque, en palabras del Papa Francisco, “caminar juntos es el camino constitutivo de la Iglesia; la figura que nos permite interpretar la realidad con los ojos y el corazón de Dios; la condición para seguir al Señor Jesús y ser siervos de la vida en este tiempo herido”[7].

En esta línea, creo que debemos tomas tres decisiones urgentes:

1. Asumir, de una vez por todas, la eclesiología de comunión y sus consecuencias prácticasSe trata de abandonar efectivamente no solo el erróneo modelo de la pirámide (vertical, monárquica, juridicista y clerical), sino también el de la esfera (la engañosa uniformidad, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros) para pasar al poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades, conservando, sin embargo, cada una su propia originalidad[8]. No es aceptable que una élite clerical decida todo por comodidad, costumbre o cálculo de poder, imponiendo un falso estilo paternalista, mientras se mantiene a sectores muy amplios del Pueblo de Dios en la pasividad, en el infantilismo perpetuo, o bloqueados en el egoísmo localista. Tampoco es aceptable el asamblearismo, donde todo es cuestión de mayorías, donde se diluyen las peculiaridades y los diversos servicios (distintas vocaciones), donde se lucha por la imposición ideológica y se pretende anular no solo cualquier discrepancia, sino incluso cualquier diferencia. Estos modelos, al considerar esencial lo que es accesorio y secundario, se cierran al fecundo enriquecimiento. Todos tenemos la misma dignidad de bautizados, pero cada uno somos diferentes, únicos, y seguimos una particular y personal vocación al servicio de la Iglesia, como testimonio del Evangelio. Unidad en la pluralidad, pluralidad en la unidad.

2. Ponernos a la escucha, en disponibilidad para dejarnos guiar por el Espíritu. En estos tiempos del materialismo, no podemos perder de vista que todo proceso de profundización y renovación eclesial solo es posible desde el Espíritu Santo. En un evento espiritual, no político o administrativo. Por eso la conversión básica e indispensable es la apertura al Espíritu. Dos actitudes imprescindibles: silencio y escucha. Efectivamente, la relación con Dios, clave de nuestra vida, “la descubrimos en el silencio del alma, en ese silencio interior en el que la Palabra de Dios se hace oír primero, y se formula luego en temas fundamentales que hacen dudar de los lugares comunes de nuestra mentalidad superficial; suscita la autocrítica, a la que podemos denominar despertar de la conciencia; y al mismo tiempo va infiltrando una nueva certeza dominante sobre la existencia, presencia y acción de Dios en nuestro espíritu”[9]. Escucha de los unos a los otros y, todos, al Espíritu Santo.

3. Potenciar la corresponsabilidad de todos los cristianos. Partiendo del Bautismo como sacramento primero y fundamental, estamos llamados a facilitar y favorecer la implicación del Pueblo de Dios en la vida de la Iglesia: en los procesos de escucha, diálogo, discernimiento, decisión y actuación. Y no como algo que se tolera o que se concede, sino como responsabilidad propia de todo cristiano. En cuanto bautizados, somos Iglesia y tenemos el sensus fidei, el sentido de la fe que tiene el pueblo cristiano. De ahí podemos extraer dos consecuencias. Una dogmática: el Pueblo de Dios tiene la infalibilidad in credendo, es decir, cuando cree. Y otra práctica, que viene de la tradición canónica medieval: lo que afecta a todos, debe ser tratado por todos[10].

3.      El próximo Sínodo

“Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, es el tema de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. La sinodalidad no se agota en la Asamblea del Sínodo de los Obispos, es mucho más amplia. No es un evento, sino un proceso que implica a todo el Pueblo de Dios. Esta participación, este “hacer camino juntos”, no debe tampoco limitarse a la fase de consulta; es corresponsabilidad como estilo de ser y de vivir la eclesialidad. Y tiene que reflejarse también en el discernimiento y en la actuación. Cada uno según el propio carisma y en respuesta a la vocación a la que ha sido llamado. El Santo Padre ha aprobado el proceso sinodal, propuesto por la Secretaría General del Sínodo, articulado en las siguientes etapas.

  1. La Secretaría General del Sínodo envía el Documento preparatorio + Vademécum (septiembre 2021).
  2. Apertura del Sínodo: inauguración presidida por el Santo Padre en Roma los días 9-10 de octubre de 2021 y por cada obispo en su diócesis el domingo 17 de octubre.
  3. Fase diocesana: trabajo en las Iglesias particulares y otras realidades eclesiales. Síntesis en las Conferencias Episcopales (octubre 2021-abril 2022), que envían sus conclusiones.
  4. La Secretaría General del Sínodo, con este material, redacta y envía el Primer Instrumentum Laboris (septiembre 2022).
  5. Fase continental: trabajo en las Reuniones Internacionales de Conferencias Episcopales u organismos asimilados (septiembre 2022-marzo 2023), que envían sus conclusiones.
  6. La Secretaría General del Sínodo, con este material, redacta y envía el Segundo Instrumentum Laboris (junio 2023).
  7. XVI Asamblea del Sínodo de los Obispos en Roma (octubre 2023)

Podemos destacar varios aspectos:

  1. Se refuerza el Sínodo como proceso en varias fases. La XVI Asamblea es la culminación de este proceso.
  2. Se presentan dos herramientas para ayudar a la efectiva consulta al Pueblo de Dios: se pide que cada diócesis, Conferencia Episcopal y Reunión Internacional de Conferencias Episcopales nombre un responsable o referente para la sinodalidad (y, a ser posible, un equipo); se establece la celebración de una asamblea pre-sinodal en cada uno de estos ámbitos.
  3.  El Primer Instrumentum Laboris se redactará con las síntesis enviadas por todas las Conferencias Episcopales. El Segundo Instrumentum Laboris, con los documentos enviados por las Reuniones Internacionales de Conferencias Episcopales, a nivel continental.
  4. Se crean cuatro Comisiones para ayudar a la Secretaría General del Sínodo: Comunicaciones, Metodología, Espiritualidad, Teología. Todas ellas de carácter internacional e integrando distintas culturas.

4.      Sínodo y reforma de la Iglesia

La sinodalidad se inscribe en la perennis reformatio de la Iglesia, que brota de la continua exigencia, de la incesante necesidad de identificación con el modelo que es Cristo. La reformatio ecclesiae debe entenderse entonces como un retorno a la pureza originaria, a la Ecclesia primitivae formae. Por tanto, los procesos renovadores solo son viables desde la referencia al Evangelio, es decir, si nos unen más a Cristo, si nos ayudan a identificarnos con él para comunicarlo al mundo desde la experiencia del Resucitado en la propia vida de la Iglesia. Esta reformatio:

  1. Es radical. La reforma no debe ser periférica, sino fundamental, de raíz. Parte de la renovación personal (conversión del corazón) y lleva a la revitalización de la Iglesia desde el primado de la caridad.
  2. Es un proceso comunitario, no individualista o solitario. El ser humano es “ser en relación” y el cristiano está unido a los demás y a Cristo mismo hasta constituir un “nosotros”. El camino lo hacemos juntos, en armonía pluriforme.
  3. Nos lleva a “salir” y “testimoniar”. El Papa habla de reforma de la Iglesia en salida misionera: cada cristiano y cada comunidad, todo lo que es Iglesia, necesariamente debe discernir cómo llegar a las periferias que necesitan la luz del Evangelio”[11].

Así pues, el camino sinodal nos coloca en una perspectiva dinámica: fidelidad a la propia vocación (identidad) e impulso evangelizador (misión). El Papa usa con frecuencia[12] el término polisémico parresía, de difícil traducción. Puede significar franqueza, sinceridad, hablar con libertad, pero también audacia, fervor, empuje, coraje. Ojalá este proceso sinodal provoque en todos nosotros el entusiasmo del encuentro con el Señor Jesús. Por eso pedimos humildemente: “Ven, Espíritu Santo, y enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

+ Luis Marín de San Martín, O.S.A.
Obispo titular de Suliana
Subsecretario del Sínodo de los Obispos

 

 

 

 

[1] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 4

[2] Cf. San Juan Crisóstomo, Comentario a los Salmos, 149,1.

[3] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 3.

[4] Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 1.

[5] Cf. San Agustín, Sermón 341.

[6] Cf. Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, Roma 2018.

[7] Francisco, Discurso en la apertura de los trabajos de la 70 Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, 22 de mayo de 2017.

[8] Cf. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 236.

[9] San Pablo VI, Audiencia general, 14 de junio de 1978.

[10] Cf. Francisco, Discurso en la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015.

[11] Cf. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 17.20.

[12] Cf. Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate.

 

 

 

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