Por Juan María Laboa, historiador de la Iglesia
(Publicado en Religión Digital el 20.01.2024)
El desmadejamiento de la comunión en la comunidad creyente española puede escandalizar y desconcertar en estos momentos por diversas causas y manifestaciones, sobre todo cuando pretenden ampararse en decisiones del papa. Ciertamente no resulta nuevo el desconcierto y el escándalo que produjo Jesús al poner al prójimo por encima de normas y preceptos, de acuerdo con el anuncio de Juan “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo”, aunque los creyentes sabemos que tenemos vida precisamente por esa decisión.
Los ataques actuales al papa Francisco no se deben a más o menos ortodoxia o a la defensa de las tradiciones evangélicas, sino al olvido interesado del Evangelio y a la preponderancia de inconfesados intereses, apoyos económicos y rechazos viscerales, cuyo origen no son del todo claros. No defienden o rechazan papas en cuanto tales sino, de hecho, a causa de opciones económicas, propuestas sociales o sentimientos políticos, poco compatibles con el Evangelio.
Olvidan y, de hecho, desprecian la verdadera Tradición y el verdadero planteamiento teológico, al identificarla con costumbres y ritos que han nacido a lo largo de los siglos según el entendimiento y la oportunidad del momento, tal como lo señaló repetidas veces el exegeta y cardenal Martini y siempre la teología. Confunden intereses propios y objetivos demasiado humanos con la potente presencia del Espíritu de Jesús en su Iglesia.
Pecan gravemente quienes desorientan así a la gente sencilla e ignorante como ellos, que no tienen medios para conocer la verdad y no son conscientes de tanto engaño y desvergüenza, tan presentes en páginas web y medios de comunicación actuales, dotadas con ayudas económicas previsibles.
Asombra el silencio de la jerarquía, al menos de aquella con sentido eclesial y evangélico. Puedo comprender su desconcierto y su debilidad, pero faltan gravemente a su deber al no defender decididamente el Evangelio y el Papa. En realidad, se repite en nuestros días el caso del francés Charles Maurras, que cuenta en Madrid con una calle, quien, despreciando abiertamente a Cristo por lo que consideraba miserables palabras de identificación con los pequeños, los pobres y los marginados, apoyaba a la Iglesia institucional francesa, a la que consideraba el único dique de contención frente a los liberales y los ilustrados poderosos del momento, postura a la que se agarró la desconcertada jerarquía francesa.
Pío XI condenó solemnemente a Maurras y despojó de un plumazo de todas sus atribuciones a un cardenal que apoyaba a Maurras y se atrevió a escribir unas pocas líneas sobre la inconveniencia de la intervención pontificia. Hoy podemos repetir con Chesterton: ”Lo que se está perdiendo en este mundo, en esta sociedad, no es tanto la religión cuanto la razón”. En realidad, el odio presente en la vida política parece haberse trasladado a nuestra vida religiosa, un sentimiento más fácil que el amor, pero que, a diferencia de éste destruye no tanto al adversario cuanto al mismo sentimiento religioso personal y comunitario.
Sin embargo, a pesar del desconcierto y de una desconcertante desintegración de una parte de los no pocos cristianos existentes, somos conscientes de que contamos en Madrid con una fuerte comunidad creyente, con un sólido y evangélico sentido de Iglesia, que mantiene su adhesión a la palabra de Jesús, junto al obispo de la diócesis y a la roca de Pedro y de su sucesor Francisco.