La jerarquía falta gravemente a su deber, al no defender decididamente el Evangelio y el Papa

El desmadejamiento de la comunión en la comunidad creyente española puede escandalizar y desconcertar en estos momentos por diversas causas y manifestaciones, sobre todo cuando pretenden ampararse en decisiones del papa. Ciertamente no resulta nuevo el desconcierto y el escándalo que produjo Jesús al poner al prójimo por encima de normas y preceptos, de acuerdo con el anuncio de Juan “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo”, aunque los creyentes sabemos que tenemos vida precisamente por esa decisión.

Los ataques actuales al papa Francisco no se deben a más o menos ortodoxia o a la defensa de las tradiciones evangélicas, sino al olvido interesado del Evangelio y a la preponderancia de inconfesados intereses, apoyos económicos y rechazos viscerales, cuyo origen no son del todo claros. No defienden o rechazan papas en cuanto tales sino, de hecho, a causa de opciones económicas, propuestas sociales o sentimientos políticos, poco compatibles con el Evangelio.

Yo también estoy con Francisco
Yo también estoy con Francisco de Agustín de la Torre

 

La “España por el Papa” de antaño se ha fragmentado en intereses y políticas egoístas, a costa de ignorancias históricas o apoyos económicos transoceánicos. Juan Pablo II les resulta admirable, pero oh casualidad, siguen olvidando su doctrina social, y llegan al atrevimiento de señalar a Jesucristo como burgués porque su padre contaba con una carpintería o porque sus discípulos eran propietarios de algunas barcas, intentando cancelar o manipular así burdamente su persistente y decidida insistencia sobre la fraternidad con los pobres y marginados. Se atreven a escandalizarse hoy por una bendición eclesial, pasando de puntillas sobre las duras palabras de Cristo contra los fariseos, de hecho, tan identificados con ellos.

Olvidan y, de hecho, desprecian la verdadera Tradición y el verdadero planteamiento teológico, al identificarla con costumbres y ritos que han nacido a lo largo de los siglos según el entendimiento y la oportunidad del momento, tal como lo señaló repetidas veces el exegeta y cardenal Martini y siempre la teología. Confunden intereses propios y objetivos demasiado humanos con la potente presencia del Espíritu de Jesús en su Iglesia.

Pecan gravemente quienes desorientan así a la gente sencilla e ignorante como ellos, que no tienen medios para conocer la verdad y no son conscientes de tanto engaño y desvergüenza, tan presentes en páginas web y medios de comunicación actuales, dotadas con ayudas económicas previsibles.

Asombra el silencio de la jerarquía, al menos de aquella con sentido eclesial y evangélico. Puedo comprender su desconcierto y su debilidad, pero faltan gravemente a su deber al no defender decididamente el Evangelio y el Papa. En realidad, se repite en nuestros días el caso del francés Charles Maurras, que cuenta en Madrid con una calle, quien, despreciando abiertamente a Cristo por lo que consideraba miserables palabras de identificación con los pequeños, los pobres y los marginados, apoyaba a la Iglesia institucional francesa, a la que consideraba el único dique de contención frente a los liberales y los ilustrados poderosos del momento, postura a la que se agarró la desconcertada  jerarquía francesa.

Maurras

 

Pío XI condenó solemnemente a Maurras y despojó de un plumazo de todas sus atribuciones a un cardenal que apoyaba a Maurras y se atrevió a escribir unas pocas líneas sobre la inconveniencia de la intervención pontificia. Hoy podemos repetir con Chesterton: ”Lo que se está perdiendo en este mundo, en esta sociedad, no es tanto la religión cuanto la razón”. En realidad, el odio presente en la vida política parece haberse trasladado a nuestra vida religiosa, un sentimiento más fácil que el amor, pero que, a diferencia de éste destruye no tanto al adversario cuanto al mismo sentimiento religioso personal y comunitario.

Sin embargo, a pesar del desconcierto y de una desconcertante desintegración de una parte de los no pocos cristianos existentes, somos conscientes de que contamos en Madrid con una fuerte comunidad creyente, con un sólido y evangélico sentido de Iglesia, que mantiene su adhesión a la palabra de Jesús, junto al obispo de la diócesis y a la roca de Pedro y de su sucesor Francisco.

Francisco-papa
Francisco-Papa