PALABRAS CON ALMA: SILENCIO Y COMUNICACIÓN EN LA IGLESIA

Por Gemma Morató i Sendra (Publicado por Vida Nueva – Pliego nº 3.418 del 5 al 11 de julio de 2025)

La muerte del papa Francisco –al igual que el cónclave y la elección de León XIV– generaron una extraordinaria cobertura mediática a nivel global, testimonio elocuente del profundo impacto que su pontificado ha tenido no solo en la Iglesia, sino también en la conciencia colectiva de la humanidad.

Las principales cabeceras del mundo, los canales de televisión, las plataformas digitales y las redes sociales dedicaron extensos espacios a analizar la figura del Papa de la sinodalidad, aquel que, con palabras y gestos proféticos, trajo al centro del discernimiento eclesial la fuerza viva del Concilio Vaticano II.

No resulta exagerado afirmar que Francisco puso en marcha, con valentía y determinación, un segundo ‘aggiornamento’, no solo doctrinal y pastoral, sino también estructural y comunicativo. Que, a su estilo, continuará León XIV, como algo primordial y de manera efectiva.

Papa Francisco Jornada Pobres Homilia
Papa Francisco Jornada Pobres Homilia

Este fenómeno mediático, más allá de la lógica del espectáculo, nos interpela profundamente como Iglesia: si en torno a su figura los medios han sido capaces de suscitar diálogo, interés y reflexión a gran escala, es porque el mensaje que encarnó –hecho de cercanía, misericordia, apertura y reforma– conectó con las inquietudes de nuestro tiempo.

Coherencia entre palabra y vida

Su capacidad de comunicar no residía en la retórica, sino en la coherencia entre palabra y vida, en la sencillez de sus gestos, en su manera de narrar el Evangelio desde lo cotidiano. Francisco supo hablar a las periferias geográficas y existenciales con un lenguaje comprensible, cálido y provocador, y logró que millones de personas se sintieran interpeladas, incluso sin pertenecer formalmente a la Iglesia.

Este momento histórico nos recuerda, con fuerza renovada, que los medios de comunicación, la información bien gestionada y la transparencia comunicativa no son elementos secundarios en la misión eclesial. Son, por el contrario, caminos privilegiados para hacer visible lo invisible, para dar carne y rostro al mensaje del Reino, y para mostrar que el Evangelio sigue siendo una buena noticia capaz de resonar en el corazón de nuestro tiempo.

Pasión por la verdad

Si la Iglesia quiere ser verdaderamente sinodal, tanto como insistió Francisco, deberá también aprender a comunicar como él: con humildad, con audacia, con espíritu de diálogo y con pasión por la verdad, como diríamos en espíritu dominicano (de santo Domingo de Guzmán).

Por tanto, en el entramado de la vida eclesial actual, uno de los desafíos urgentes –y a menudo más descuidados– es el de la comunicación. No hablamos aquí de una cuestión técnica o meramente instrumental, sino de una dimensión profundamente espiritual y pastoral, que toca el corazón mismo de la misión de la Iglesia. Comunicar no es un añadido, ni una moda, es parte de nuestra fidelidad al Evangelio.

Rueda de prensa de la Infancia Misionera 2025
Rueda de prensa de la Infancia Misionera 2025

El papa Francisco insistió repetidamente en que “la comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad” (Mensaje para la 50ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2016). En un mundo herido por la fragmentación y la desconfianza, la Iglesia está llamada a ser un espacio donde la palabra construya comunión, y donde el silencio fecundo alimente la escucha y la contemplación.

Comunión y comunicación

No es casual que las palabras comunión y comunicación compartan la misma raíz. Sin una comunicación verdadera, profunda y constante, la comunión eclesial se vuelve frágil, idealizada o simplemente inexistente. Esto vale para todas las expresiones de la vida eclesial: parroquias, movimientos, diócesis, comunidades religiosas, equipos pastorales, estructuras educativas y asistenciales.

Comunicar bien no significa simplemente transmitir información. Significa crear vínculos, generar pertenencia, compartir vida. Una comunidad sin comunicación se convierte en un espacio funcional, pero sin alma. Como afirmaba el documento ‘La vida fraterna en comunidad’ (1994): “Para llegar a ser verdaderamente hermanos y hermanas es necesario conocerse. Para conocerse es muy importante comunicarse cada vez de forma más amplia y profunda” (nº 29).

La comunicación, por tanto, no puede limitarse a anunciar actividades, decisiones o cambios. Debe ser un cauce cotidiano de encuentro, de escucha, de palabra compartida. Como me gusta decir, debemos “contarnos la vida”, para conocernos, entendernos y comprendernos, solo así podremos construir comunidades vivas, maduras, evangélicas, que sepan que en la diversidad se construye la unidad.

Dos tipos de silencio

Hablar de comunicación implica también hablar de silencio. No todo silencio es negativo, hay un silencio que nos conecta con Dios, que nos permite habitar el misterio, abrir el alma a la gracia, escuchar con profundidad a los hermanos. Este silencio es necesario, fecundo, imprescindible en la vida espiritual. Sin él, nuestras palabras se vacían.

Hoac Rueda De Prensa
Hoac Rueda De Prensa

Pero existe también un silencio estéril, que nace del miedo, del conformismo o de la indiferencia. Es el silencio que aísla, que fragmenta, que debilita la confianza y la pertenencia. Es, por ejemplo, el silencio institucional, tan presente en los casos de abuso, que evita los conflictos, pero termina agrandando las heridas.

En la vida eclesial, necesitamos discernir entre estos dos silencios. Saber cuándo callar y cuándo hablar. Cultivar espacios de silencio orante en nuestras comunidades, pero también saber levantar la voz cuando es necesario, especialmente ante la injusticia, los abusos, la exclusión o el sufrimiento humano.

Verdadero encuentro

Como recordaba el papa Francisco: “No basta pasar por las ‘calles’ digitales, es decir, simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación” (Mensaje para la 48ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2014). Es decir, no basta con emitir mensajes: necesitamos encarnar el Evangelio también en nuestra forma de comunicar, pues estar conectados no conlleva necesariamente comunicación.

El amor es la lengua que entiende todo el mundo y configura una manera de entender el seguimiento de Cristo. Como escribió el beato Ramon Llull (1235-1316) en el ‘Llibre d’Amic e Amat’ (Libro de Amigo y de Amante): “Cantaba el pájaro en el vergel del amado y vino el amigo, quien dijo al pájaro: ‘Si no nos entendemos por el lenguaje… entendámonos por amor’”.

Y si amar lo entiende todo el mundo, estamos predicando con la vida, es la credibilidad de los testimonios, porque al amar acontece, sin pensar, el ser testigos de aquello que creemos. Dice san Pablo a los Corintios: “Hay tres cosas que permanecen: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante es el amor (la caridad)” (1 Cor 13, 13). Es importante hoy preservar lo esencial: el amor es nuestra ‘marca’ de fábrica.