EL NIÑO Y EL PEZ
Recuerdo la tenacidad del niño al pretender pescar a mano pequeños peces en el humilde cauce del río Guadalix, a pocos metros del Puente de los Tres Ojos, – oh Trinidad Santa – construido por su bisabuelo asturiano. El niño se concentraba durante largos tiempos en juguetear con los pequeños peces de la ribera del río, e intentaba agarrarlos con sus manos. La posibilidad era cercana, incluso los peces se dejaban acariciar, pero cuando llegaba el momento de cerrar la mano con un pez dentro, este, graciosamente, se le escapaba, se le escurría, y se marchaba nadando, y como riendo, con una increíble agilidad. Y, así, un domingo y otro. Hasta que el río se secaba. Su padre y su madre se ganaban la vida con un pequeño kiosco veraniego al que iban llegando los madrileños domingueros con sus 600 u otros coches humildes, abandonando la ciudad para comerse las tortillas en plena naturaleza, en aquel campo, lugar, entonces paradisíaco.
Así asemeja ser para el pez para el niño, como lo es hoy el Misterio de la Comunión para los adultos. Cuando parece que te acercas a vivir la Comunión, y a comprenderla, crees y confías que se te va a ofrecer plenamente, del todo, pero, en la realidad de la historia que hoy toca vivir, se te escapa de las manos, de la mente y de la vida comunitaria, de modo parecido a como se escapaba el pez de la infancia, y se le escurría divertido al niño de entre sus manos.
Pero, si lo intentas de nuevo, una y otra vez, acabarás desvelando que se nos ha dado un modo de adentrarnos en el secreto del pez. Ese pez que era un símbolo de identificación para los primeros cristianos perseguidos: “IESOUS CHRISTOS THEU YIOS SOTER” (IXCIS). JESÚS CRISTO, HIJO DE DIOS, SALVADOR. Es la confesión secreta de aquella primera fe perseguida. ES UN ACRÓNIMO EN GRIEGO. Son las letras mayúsculas de la palabra griega: IXCIS, PEZ. Estas son las iniciales de la frase completa:
I:esous (Jesús)
Ch:ristos (Cristo)
Th:eou (de Dios)
Y:ios (Hijo)
S:oter (Salvador)
Dos cristianos se identificaban en secreto como tales, y como hermanos, cuando uno dibujaba un arco en el suelo, y el otro completaba por debajo del arco la figura del PEZ.
Y, es el PEZ el que nos traslada a la Eucaristía. Cuando los cristianos se reúnen como un “NOSOTROS”, en la EUCARISTÍA, entre las aguas revueltas de la memoria viva bautismal, entre la Palabra que resuena única en la escucha atenta, entre los cantos armoniosos, o el perdón desparramado. Entonces, los niños renacidos se concentran en la Asamblea litúrgica y en la Celebración de los Misterios del Señor. Y, poco a poco, con la misma dulzura atenta del niño pescador a mano, el pan y el vino, la mesa, la fraternidad, la invocación al Espíritu… Y, de pronto, el milagro, los adultos niños revoltosos, que saben que para comprender han de volverse como niños, atentos, perciben que el PEZ está YA entre sus manos: Es mi Cuerpo, es mi Sangre. Tomad, Comed. Tomad, Bebed. Y así, aparece la eclosión de la paz, del gozo sosegado, No soy digno. El presbítero, el diácono, el ministro de la comunión, los bautizados, la Iglesia, el NOSOTROS vivo, acaba poniendo en nuestras manos, en nuestra boca, el PEZ, el Cristo Vivo y Resucitado. Ese pez que buscaba el niño sin saber en el río de su infancia. Y ahora se te da como alimento, fortaleza, sanación, salvación, eternidad. La Comunión con la Trinidad, en el Cuerpo de Cristo, con el Padre, en el Hijo, transidos por el Espíritu Santo, es posible, y se hace vida plena. La Iglesia niña, la que confía, cree, espera, canta y baila; la que se mueve, en busca del pez; al fin lo encuentra, se encuentra con Él. Y ahora sí, el niño inquieto coge al Pez humilde que se deja mansamente en sus manos, y lo pone en su boca, en su corazón, en su espíritu, en su alma. Y, ahora sí, el niño, los niños, la fraternidad niña, vibran ya en el “NOSOTROS”, en la COMUNIÓN. Y ya no se separarán nunca de ella.
LA LLAMA DEL PASTOR
Existió, también, una llama que ardía sin consumirse y que no quemaba, pero que, al niño distendido, pastor en el desierto, concentrado en sí, arrepentido de muertes y esclavitudes, y enfrascado en el Misterio, se le descubre como la llama que no quema, que arde sin consumirse, y que le habla al corazón, revelándole el Nombre sobre todo nombre, y mostrándole una impactante e imposible, por principio, misión. El que es, le manda a liberar a su pueblo de la esclavitud y a conducirle a una nueva tierra.
Esta experiencia espiritual, este fuego que arde en el alma, alumbra el misterio escondido del NOSOTROS, de la Trinidad Santa que nos arde en el alma de bautizados, en el Cuerpo Místico, en el Cuerpo de Cristo, Cuerpo común, fraterno. Misterio de Comunión.
Tampoco aquí, el niño pastor, pretende atrapar, apoderarse o conquistar la llama, y ser su dueño. Esta llama sólo la ve el que está conectado con ella, el que se ha tornado niño; y, sólo así, se caldea, manteniéndose en ese estado; y, sólo así escucha, y se deja transformar y enviar a una misión, cuando la llama se traslada de sitio y se adentra en el hombre hasta llegar a formar parte de su misma identidad, de su ser. “Oh llama de amor vivo que tiernamente hieres y enamoras”. Nunca pretendas manipular semejante LLAMA, se te escapará en la contemplación, pues que sólo la ven los niños, como al PEZ.
Y, con esto que vamos a aportar ahora, llegamos al fin de esta iniciación en el estudio del don de la Comunión: miremos un momento la PELEA HISTÓRICA ENTRE EL YO Y EL NOSOTROS. La cruz de UNO, del solo, trae a esta tierra, el nacimiento pleno del NOSOTROS, de la COMUNIÓN. La victoria del nosotros, de la comunidad fraterna, del Cuerpo de Cristo,
Como fuera del NOSOTROS, DEL CUERPO DE CRISTO, existe un mundo maravilloso, que entra en la Comunión, salvo que se imponga un mundo negativo, fruto de egos quejumbrosos, sufrientes, dispersos, incontrolados y apasionados. La COMUNIÓN, propiciada por una Comunidad NOSOTROS, santa, perfila y atisba en cada uno de nosotros, un cambio de mente, una transformación completa del hombre, por la victoria de Cristo en la cruz, que nos conecta de nuevo con la Trinidad Santa, UNA: !Que todos sean UNO en el Padre. Y, ahí nace EL DON DE LA COMUNIÓN, del que hablaremos a continuación, y que está sustentado en la Iglesia naciente, la de todos, todos, todos.
