Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 14º

Foto (c) Víctor M. Sastre 2017

 

Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día décimo cuarto del Estado de Alarma.
Viernes, 27 de marzo de 2020

 

Buenos días.

Me encantaría estar callado. Pero una fuerza interior me invita cada mañana a cantar mi pobre canto, para que como el de los mirlos o los canarios, llegue a quien pueda o necesite oírlo. No hay nada de original en él. Ni lo pretendo. Sólo procuro mantener el corazón conectado con el Padre, como lo hacéis cada uno de vosotros a vuestra manera, y dejar que las palabras pongan voz a lo que escuchamos, vivimos, sentimos o sufrimos.

La noche es oscura. A veces increíblemente oscura. Narran los que van a los hospitales para tratarse de coronavirus el mundo que vive allí dentro. Y se pone la carne de gallina al escuchar sus narraciones. Pero la fe nos dice que es en esa oscuridad donde se da el encuentro con la luz. Una luz encendida en medio de un día de sol en la playa, no dice nada, pasa desapercibida, ni se ve ni se nota. Pero un fogonazo de luz en medio de una más oscura noche, nos deslumbra de tal manera que su impacto nos acompaña toda la vida.

Los grandes creyentes y conversos han nacido en medio de la noche, en medio de la enfermedad, del dolor, del más duro ateísmo, de la más crítica situación, o como el Hijo Pródigo, al estar en lo más bajo de la vida. Y ese renacimiento es consecuencia de un fogonazo de luz de tal intensidad, y tan sorprendente, que la vida pega un vuelco radical, y vuelve a nacer.

Fijemos la mirada en lo sorprendente. Todos, si nos detenemos un poco, encontramos algún relato sencillo que certifique lo que decimos. Y en tiempos tan oscuros y heridos, tan mortales y sin salidas, en cualquier momento puede aparecer un rayo de luz que nos deslumbre a nivel personal o social. En medio de la noche de la luna llena de primavera, en la Pascua judía, un rayo increíble, y no visible para la mayoría, sacó a Jesús de la muerte, tras la más oscura noche de dolor, de traiciones, de despojo, de desprecio y de crucifixión y de muerte. Pero esa feliz noche de luz, preludio de infinitas noches con rayos de luz, ilumina ahora las noches crucificadas, padecidas o sangrantes de muchos de nosotros.

En el ADN de los discípulos de Cristo está inscrito que nunca la noche, por terca que se ponga, como sucede en la actualidad, podrá vencer a la luz. En cualquier momento surgirán los rayos de luz que nos advertirán de lo pasajero de la cruz, y de que nuestro destino, en este o en el otro lado de la vida, siempre será la LUZ. Este regalo de Cristo nos mantiene viva la esperanza y da sentido a todas nuestras vidas, nuestras muertes; a los pecados del ser humano y a sus conversiones. Ningún aliento, ninguna vida, ninguna muerte son inútiles. Todas están cargadas de sentido: Los mártires que están muriendo en estos días, serán los que nos iluminarán el camino futuro. Los enfermos que hoy sufren en los desapacibles hospitales, o en la soledad de sus casas, serán los que nos aportarán sabiduría en los días venideros; los que encerrándose en sus casas han contenido la pandemia, se sentirán parte integrante de una común historia de amor.

Ahora nos basta creer y confiar para que, tarde o temprano, vuelva la luz, que es nuestro destino. No somos hijos de la noche y de la oscuridad, sino hijos de la luz, que es nuestro estado definitivo.

Recemos unidos y con mucha fe, desde los hospitales, los cementerios, los trabajos o las casas. Confiemos en que es posible lo imposible. Pidamos con fe y confianza que vuelva la salud a nuestros cuerpos, a nuestras mentes y a nuestros corazones. Pidamos que, recuperada la salud, también se recupere la tierra, y con ella la economía, y que esta se fortalezca con la justicia, la solidaridad y la participación de todos. Que nadie se quede fuera de un austero y sincero crecimiento. Paz para todos los corazones. Y gratitud a todos por las condolencias y el cariño infinito que nos hacemos llegar cuando llega a nuestras puertas la muerte. Es mucha la soledad y el dolor de cuantos sufren la muerte de sus familiares.

Y un último detalle. Dos días después de morir mi ordenador, un compañero cura, que está con el coronavirus, un santo, me pidió que abriera el ordenador para que le diese los títulos sobre fondo negro y en inglés que aparecían. Y con una alegría indescriptible por mi parte, tras un rayo, lentamente, el ordenador se fue recomponiendo y comenzó a funcionar. Se me caían las lágrimas. Tras tanta noche y oscuridad volvía la vida y podía retornar al libro que escribo. Dios me hizo participar de una parábola de lo que nos espera.

Oh, Dios… Volveremos pronto a nuestra vida, renovados; a nuestros trabajos, con recuperación económica; y con lágrimas de gozo, tras nuestra serena aceptación, en nuestros ojos.

Hoy rezaremos a las 18 horas con el Papa, y recibiremos la bendición urbi et orbe para la sanación.

Oremos.

Padrenuestro que estás…

Dios te salve, María…

 

Antonio García Rubio.