Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día trigésimo primero. Estado de Alarma.
Lunes de Pascua, 13 de abril de 2020.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor Resucitado.
Ayer puse nuestras luces, nuestras velas y nuestras vidas, convertidas en luz, encima del altar. Maravilloso. Todas, unas con otras, fueron fundiéndose en una sola luz. La de Cristo, de la que participábamos todos. Nosotros somos la LUZ de Cristo, la luz del mundo, y hemos sido constituidos en sus discípulos. Nuestra misión es transmitir esa luz del Resucitado a los que caminan en tinieblas, por falta de luz, de fe, o de trabajo. A los desolados por la pobreza o por carecer de medios para subsistir. A los oscurecidos por las cárceles, el abandono, las mafias o la exclusión. A cuantos padecen graves enfermedades, viven sometidos a la pandemia o sufren la muerte traumática de sus seres queridos…
Nosotros, que de un modo especial, en esta Octava de Pascua, somos portadores de la luz, llevémosla ahora a través de las ondas, del teléfono, o directamente, si estáis en las tareas oficiales de servicio para hacerlo. Demos esta luz a cuantos conozcamos, y hagámoslo con empatía, por servicio, por amor o por solidaridad, aunque nos suponga sufrimiento.
Estamos viviendo ocho días, que son como un sólo día. En la liturgia los vivimos como una unidad indivisible y conscientes de que vivimos la RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO. Esta noticia, susurrada por las mujeres, resultó ser algo increíble, fascinante y rompedor. En poco tiempo comenzó a transformar la vida de los creyentes. Y esa alegría, esas vidas renovadas y cambiadas, necesitaron de ocho días naturales para celebrarla, ocho días que son como una eternidad, como una larga experiencia del Paraíso al que devolvió Jesús a la humanidad.
Alegrémonos, pues, nosotros también, en el Señor, sonriamos, gocemos, démosle gracias, escuchemos los relatos pascuales de los ENCUENTROS del Resucitado con sus discípulos y discípulas. No importa que estemos de pandemia, que no tengamos liturgias ni templos, que estemos rodeados de desolación, de muerte y de miedos por lo que nos acaece o nos puede acaecer. Nunca a lo largo de la historia de la fe, ni en tiempos de hambre, de guerra o de peste, dejó la Iglesia de celebrar la RESURRECCIÓN DEL SEÑOR. Ni aun estando encarcelados o desterrados. Y eso ha sido así, porque esta celebración de la Octava, de la larga semana, supone para nosotros la confianza infinita de que nada acabará mal para los seres humanos, por graves que sean las opresiones que se vivan. Por eso, aunque algunos creyentes se sepan con el agua al cuello, nunca dejaran de celebrar al Señor Resucitado, que, tras ser crucificado y despreciado, fue devuelto a la vida. La esperanza, pues, ya no tiene límites.
Estamos celebrando la Victoria sobre todo mal, sobre todos los imperios del mal, sobre todas las pandemias o guerras subterráneas a las que nos quieran someter. Cristo Resucitado es el símbolo de la Victoria del bien sobre el mal. Y por eso sus discípulos, resucitados a una nueva vida con Él, han de celebrarlo con la conciencia del dolor sufrido o por sufrir, pero con la alegría de que Él anuncia un final feliz para la humanidad. Así lo quiere Dios. Así lo anhelan y trabajan con valentía y fidelidad todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que aman el bien. Y lo hacen con coraje, de un modo especial, cuando el mal les acecha, los reduce a lo mínimo o los devora. Celebrémoslo, amigos. Alegrémonos. La victoria está cerca.
Ayer vimos a la primera en recibir la buena nueva de la Resurrección del Señor, a la primera discípula, a María Magdalena. Maravilloso texto de luz y de amor. Y hoy, Lunes de la Octava, Mateo nos habla de las mujeres que se encuentran con Jesús. Huían del sepulcro vacío para dar la noticia a los discípulos. Jesús las invita a la alegría, ellas se postran ante Él y le abrazan con respeto por los pies. Jesús convierte a las mujeres, fieles y valientes ante el sufrimiento, en las primeras discípulas y evangelizadoras. Las envía a comunicar a los hermanos la Buena Nueva. La Iglesia del siglo XXI se replantea cada vez con más fuerza y sentido el papel primordial que Jesús da las mujeres en su vida, y tras la resurrección. Ellas fueron las últimas que le dieron paz y consuelo en la Vía Dolorosa camino del Calvario, las que permanecieron fieles y junto a Él hasta su muerte y las que cuidaron su cuerpo en la sepultura.
Muchas emociones estamos viviendo. Muchas sombras y una concatenación de luces que se unen y proyectan esperanza. Oremos hoy para que todos mantengamos viva la luz con nuestras vidas sufrientes, expectantes y comprometidas con la causa de Jesús, «que pasó haciendo el bien y sanando a todos los heridos por el mal.»
Padrenuestro…
Ave María…
Los que necesitéis de mí, estaré con el teléfono dispuesto. Pero como hago todos los años, la Semana de Pascua la dedicaré a una oración más prolongada. Paz y bien.
Antonio García Rubio.