Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 33º

pxhere.com – CC0 Dominio público

Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día trigésimo tercero. Estado de Alarma.
Miércoles de la Octava de Pascua, 15 de abril de 2020.

 

Buenos y pascuales días, hermanos, en clave de Octava.

«No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». ¡Vuela! ¡Echa a volar! Cada ave canta su canto. Sólo unos cuantos estudiosos atentos y conscientes, capacitados con un gran don, son capaces de distinguir, reconocer y gozar incansablemente con cada canto y con cada pajarillo. Si os habéis encontrado con alguien así, enseguida habréis descubierto una gran persona, dotada de una sensibilidad especial. Cada uno de nosotros, sin embargo, hemos de cantar nuestro canto, el que llevamos cultivado en nuestro corazón. Cantémoslo cada día. Aunque tengamos mal oído, o al menos mal educado, no nos consideremos incapaces de intentarlo. Todos tenemos algo bueno que decir a los otros.

Y lo que podemos hacer con las aves es contemplarlas en sus poses, vibrar con sus vuelos acrobáticos o serenos, y secretamente envidiarlas, con una sanísima envidia. Muchas veces he deseado volar. Muchas. Me figuro que como vosotros. Sólo se me ha concedido un par de veces volar en mis sueños. Vuelos muy reales. Empecé a mover los brazos y experimenté que el cuerpo se elevaba y ascendía hasta una altura capaz de planear, observar, subir, bajar y experimentar una libertad total. Esos sueños me han compensado la sana envidia, y me han confirmado en la certeza de que volaremos.

La Resurrección de Jesús, que celebramos, es algo semejante. En realidad nosotros, cristianos de veinte siglos de aciertos y errores en la historia, y de infinitos caminos recorridos, partimos, salvo los impostores, de una misma raíz: el Encuentro con el Resucitado, con el que vive para siempre. No hay camino de fe que no nazca en esa fuente. Y lo que se produce en la fuente «que mana y corre, aunque sea de noche», es un encuentro lleno de fortaleza, que se prolonga en el tiempo, se renueva por la gracia en momentos determinados, y ofrece una certeza íntima y comunitaria de envergadura. Encuentros que nos ligan con Cristo de modo permanente y eterno, y también con todos los que han bebido originariamente de esta misma fuente. «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén»

Los encontrados, somos los testigos del Resucitado. Nos sabemos viviendo, comiendo, sirviendo y sufriendo con Él. Y con la certeza, compartida con los hermanos, de que resucitaremos y viviremos con Él. Los discípulos están atentos a Jesús y aprenden cada día de su vuelo, sus instrucciones, sus consejos, sus parábolas, sus gestos, sus acrobacias, sus piruetas, sus entregas y sus dones. Volar con Él. Sabernos volanderos, pequeños volanderos, que aprenden su arte de volar y amar. ¿Recordáis a Juan Salvador Gaviota?

Y cada uno de nosotros, como los pajarillos, vamos entonando nuestro canto, dentro de nuestros curiosos plumajes y diferencias. Existen miles y miles de cantos diferentes. Todos han de mantenerse acompasados con Cristo, para que el canto no sea una distorsión, sino una asombrosa sinfonía. Cristo siempre en el centro de la vida de sus comunidades. Y todos nosotros con el compromiso vital, de que nadie se ha de apropiar del canto de Cristo. Él es patrimonio de toda la humanidad. Nuestros cantos lo son de testigos; han nacido de pequeños y humildes discípulos volanderos, que saben que no son propietarios. Los que se apropian de Cristo, no hacen otra cosa más, que aguar su fiesta de luz, perdón, comunión, fraternidad, justicia y amor, para un mundo necesitado de ella. Cada uno, buscando siempre ser un instrumento de paz y de bien, ha de cantar su humilde canto de discípulo-testigo, y proclamarlo con entera libertad a los cuatro vientos.

Haz de nosotros, Señor Resucitado, instrumentos humildes de tu paz. Y que nuestros vuelos de amor y de vida solo estén motivados, como tu propia vida, por hacer el bien.

Pidamos por las víctimas de la Pandemia en el mundo entero.

Padrenuestro…
Dios te Salve María…

Antonio García Rubio.