Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 39º

Foto Sergey Klimkin – PIXABAY License

Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día trigésimo noveno. Estado de Alarma.
Martes, 21 de abril de 2020

 

Buenos días, amigos.

Estos 39, días desde que se anunció el Estado de Alarma por la pandemia, ¿los consideras días perdidos? Es evidente que están siendo días llenos de pérdidas de seres queridos, de pérdidas de trabajos, de enormes pérdidas económicas, de pérdidas de aprendizajes para los estudiantes, de pérdida de libertad exterior… Pero, vuelvo a la pregunta, ¿son días perdidos?, ¿los consideras así?

«El viento, decía ayer Jesús, sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.» (Jn 3, 8) Este versículo me resulta sumamente atractivo. Es el reconocimiento de la volatilidad de los hombres espirituales, que lo son, no por su historia, sino porque participan del nuevo ser de Cristo Resucitado. Es Él quien les hace volátiles, y les da la diaria oportunidad de vivir la vida presente como un don inmenso, indistintamente de la gravedad de lo que suceda en ella. Desde esa realidad espiritual, me atrevo a valorar estos días. Son días vividos, por la humanidad sufriente que somos, y desde el dolor inmenso que nos producen, como días ganados y no perdidos, a pesar de sus innumerables pérdidas. Así son todos los días. Así lo son todos los días de la vida, si los vivimos con la conciencia plena de quienes somos, y a dónde nos dirigimos.

En el centro mismo de la pandemia, en los días más crudos y mortales de la misma, hemos estado viviendo el misterio de muerte real de Cristo, que bajó, como nosotros estamos bajando en estos días, a lo más profundo y oscuro de los infiernos del dolor, hasta la total impotencia y hasta la misma muerte. Desde el Calvario, y no desde los cielos, Él nos abrió el camino de salida de este laberinto, de ese otro y el mismo calvario de sufrimiento y de penuria humana, afectiva y vital en el que tantos seres humanos se encuentran. Jesús, al vencer a la muerte, nos revela y enseña el modo de vivir el dolor y la ciega oscuridad. Nos muestra el camino de salida como una oportunidad para que renazca lo nuevo, lo bello, lo transparente, lo fraterno, lo justo y lo participativo. Jesús nos manifiesta que cuando el hombre baja a lo más bajo, y toca fondo, experimenta una fuerza interior que le eleva, capaz de sanar sus heridas y de transformar su existencia. Esa misma experiencia de impotencia ante el sufrimiento, genera esperanza infinita, ofrece la oportunidad de volver a empezar, aleja misteriosamente lo que nos deshumaniza, que es: la ambición y el vivir como lobos, unos contra otros. Y su resurrección nos devuelve a la certeza de que nos sobrevendrá un humilde, austero y servicial compartir.

Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Así es todo el que sabe interpretar la vida positiva y fraternalmente. Así es todo el que aprovecha el dolor extremo para sacar conclusiones que ayuden a mejorar el mundo, a ser mejores personas, a ser más comunitarios y menos individualistas.

Seguimos recluidos. Comenzaremos pronto a ver a nuestros niños correteando por las calles, tanteando de nuevo los espacios, y volviendo a nacer con una nueva sonrisa. Su imagen feliz, aunque no podrán tocar lo que quisieran y ni siquiera respirar con libertad, sin mascarilla, será, sin embargo, el preludio de que estos días de dramático dolor, están siendo una experiencia profunda de aprendizaje. Ojalá que una inmensa mayoría de los enfermos y los confinados seamos capaces, desde la diversidad inmensa de culturas, creencias y modos de pensar y vivir, de abrir nuestros corazones a la belleza de volver a dar a la tierra, a los seres vivos y a todos los peregrinos que pasamos por estas sendas, la oportunidad de un respiro, de volver a nacer de nuevo, y a creer que somos capaces de lo mejor. Así volveremos al abrazo y al beso seguros, y llenos de la certeza de que, tras estos dolores de parto, y estas pérdidas tan tremendas, podemos dar a luz una humanidad nueva.

El cristiano ha de procurar aprovechar estos días para volver a ser aquello a lo que en verdad está llamado. No para intentar hacer prosélitos por el drama de la pandemia. Eso sería una burda manipulación, y los seres humanos estamos lo suficientemente crecidos para evitar manipulaciones religiosas. Este es un tiempo de auténtica conversión para nosotros, para ti, hermano. Jesús te llama a vivir en Él y a permanecer en Él. Sólo así colaborarás con la obra del Padre, que no es otra que hacer posible una humanidad libre del mal y hacedora del bien. «El que permanece en mí, da fruto abundante». Puedes ser semejante al viento: ágil, ligero de equipaje, dúctil, comprensivo, disponible, eternamente volandero, sin apropiarte de nada. Y canta tu canto de luz, que nacido en Cristo, puedes esparcirlo con plena libertad.

Ora por aquellos que crean las condiciones para que podamos vivir una nueva vida; por los que, como pide el Papa, buscan fomentar las mejores condiciones para podamos sanar y resucitar. Y recuerda a los que mueren, sin olvidar que ya se han abierto, como una flor de primavera, a la vida eterna. Y da gracias por cada uno de ellos, que nos están alumbrando ya el camino para abandonar la oscuridad.

Padrenuestro…
Ave María…

Antonio García Rubio.

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