Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día cuadragésimo quinto. Estado de Alarma.
Lunes, 27 de abril de 2020.
Buenos y santos días, hermanos y amigos.
Dice Jesús: «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que Él ha enviado». (Jn 6, 29.) Creer en Jesús es el reto de unos bautizados sometidos a prueba como pocas veces en la historia. Cada día, especialmente entre los jóvenes, crecen los ateos o agnósticos, los que abandonan las iglesias o manifiestan una profunda crisis de fe. Crecen los desafectados de la comunidad cristiana: no nos dan credibilidad e, incluso, nos ignoran o atacan severamente. Esta reacción no necesita ser contestada con argumentos, ni combatida dialécticamente. Ha de ser mirada por la Iglesia con sabiduría, lucidez y amor, como todo lo que estamos viviendo en este tiempo compulso y sufriente. No se trata de minusvalorar o ignorar a los disidentes, tapándonos los ojos con las alas, como el avestruz.
Lo primero y principal es que la Iglesia se mire a sí misma. Y observándose, discierna qué es y qué no es en su vida conforme al Espíritu de Jesús. Y cuál pudiera ser causa del alejamiento, la falta de fe o la desafección de los otros. Mirémonos todos con sosiego, sin prejuicios, sin creernos los buenos, y con sinceridad y verdad. Dejemos que el Espíritu sea el que nos sugiera en qué y de qué modo hemos de cambiar, en qué se nos ha podido pegar el espíritu del mundo. Pertenecemos a una Iglesia bimilenaria, con muchos santos de peana y muchísimos ‘santos de la puerta de al lado’, pobres, humildes, gentes sencillas y creyentes de corazón y de vida. Probablemente hemos contado también entre nosotros con impostores y sepulcros blanqueados. El discernimiento nos hará sentir que somos una comunidad necesitada de una profunda conversión y de una muy necesaria regeneración. Y en eso estamos con el Papa Francisco.
No sabemos cuándo volverá el pueblo alejado a mirarnos con amor, pero dejemos que el Espíritu transforme nuestros corazones y nuestras actitudes. La Iglesia es portadora de Cristo y de su amor universal. Hagamos renacer nuestras pequeñas comunidades de vida fraterna, de comunión y de fe. Que los discípulos de Jesús nos amemos y nos mantengamos unidos, y con el corazón rebosante de esperanza, y especialmente en las graves tribulaciones. Si somos una comunión de hermanos diferentes, pero unidos con Cristo, como los sarmientos lo están con la Vid; si cambiamos el corazón con humildad, todo podrá cambiar, y el mundo volverá a mirarnos y a escucharnos, del mismo modo que nosotros nos comprometemos a mirar, a escuchar y a compartir las alegrías y las tristezas del mundo.
Para que se produzca esa verdadera conversión en las iglesias se necesitará que lloremos nuestros pecados y nuestra falta de fe. También nosotros dejamos crecer la desconfianza en el amor de Dios. Muchos nos consideramos indignos de ser amados por Él. O no acabamos de creer que hemos sido amorosamente elegidos para realizar la misión de Cristo. O esperamos y pedimos milagros que no llegan. O negociamos con Dios sobre intereses, que no salen adelante. O no entendemos como un Dios tan bueno permite tantos males. O hablamos de Dios, pero no creemos en el poder de su amor… Reconozcamos cada uno lo que nos afecta, nos paraliza o nos hace mantener una extraña relación con Dios y con su Iglesia
Yo mismo, en la soledad y el silencio orante de la tarde del pasado viernes, lloré y sollocé por el respetuoso e incondicional amor que Dios me muestra y que lo considero inmerecido por mi pobreza, pequeñez e inutilidad. Cada experiencia es un pequeño aprendizaje. Aprendamos a comunicarnos con Dios desde una fe humilde, que acepta que Dios no nos soluciona lo que nos corresponde solucionar con nuestro trabajo, decisión y responsabilidad. Ese aprendizaje es esencial para comprender la fe.
El Señor no te culpa, no le culpes tú a Él. Te ama, y confía en ti, te respeta, y cuida tu corazón y tu vida, no desconfíes tú de Él. Te ilumina los caminos oscuros, con su Hijo entregado, abajado, crucificado, amigo, Palabra que te da vida abundante, no le juzgues ni le niegues tú a Él. Porque es Él quien te mantiene vivo, libre, buscador, investigador, despierto, audaz, consciente y capacitado para transformar el mundo con sabiduría y con racionalidad.
Hoy es un buen día para tu conversión. Vuelve a la Fuente y afirma tu vocación de amor y de fe. Con sosiego y con lágrimas en los ojos, siente que eres amado sin condiciones. Y asume tu responsabilidad para transformar este mundo perdido y perplejo. Vuelve a tu comunidad creyente. Necesitas a tus hermanos. Sé corresponsable con la Iglesia. Mira, déjate mirar y amar por el Señor, y respóndele amando y entregando tu vida como un servicio.
Y reza con fervor. Eres escuchado y amado. No metas tus egoísmos en la oración. Presenta los nombres y necesidades de tus hermanos, vivos y difuntos. Pide un humilde corazón para ti, para la Iglesia y para la humanidad. Y siente la protección amorosa de María.
Padrenuestro…
Ave María…
Antonio García Rubio.