Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 49º

Foto Matthias Wewering – PIXABAY License

Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día cuadragésimo noveno. Estado de Alarma.
Viernes, 1 de mayo de 2020.

 

Buenos días, compañeros de la vida. 1 de Mayo, día del trabajo y de los trabajadores. A día de hoy siguen creciendo las cifras de parados, de personas con ERTE, y de familias inseguras y sufrientes. Siéntete una piña con ellos. Y, hagamos un compromiso, cada uno, cada familia, institución o empresa, y cuantos tengan bienes y conciencia, para aportar lo que esté en nuestras manos y bolsillos, con el fin de generar empleos, crear nuevas empresas o cooperativas; facilitar la investigación y creatividad; empujar la audacia y cuanto sea posible y necesario, para compartir lo que somos y tenemos como sociedad. Igual que estamos siendo solidarios todos con todos, quedándonos en casa, y protegiendo la salud de la sociedad, con el gran sacrificio que esto supone, pongamos ahora, todos de nuevo, lo mejor de nosotros y de nuestros bienes, con el fin de proteger un trabajo decente para todos. Que la sociedad se ponga a la cabeza, para así facilitar el entendimiento, la cordura y la unidad que atraigan el bien futuro de nuestros jóvenes, niños y todo el pueblo. Y felicidades a todos los trabajadores de cualquier rama, que siguen haciendo de todos nosotros, con su esfuerzo y su entrega, una sociedad de hombres y mujeres libres y generosos.

Dicho esto, podemos pararnos en la vida, el gran don. Abramos hoy, como el día de nuestro nacimiento, los ojos, los sentidos y el alma, a eso inenarrable y absolutamente maravilloso en su fluir y su existir: el Universo, la Tierra, la Atmósfera; todo increíble, mantenido y colmado de vida, de vidas, de vivencias, de experiencias, de fragilidades y levedades, y de hermosura inimaginable. Y todo como donación gratuita, que nos llega a cada uno, ordinariamente, a través de la unión y del amor. Y así, nacimos hijos del amor y diariamente referidos a él.

Nos observarnos apasionados y apasionantes, capaces de tocar la gloria y de sumergirnos en los infiernos, con días para todo. El hombre tiene épocas en las que se pone el mundo por montera, y se supera así mismo; y otros periodos, en los que se siente arrastrado y fagocitado por las fuerzas de la vida o por las que su propio poder desarrolla. Tenemos muchos poderes contradictorios.

Observemos un dato oculto en nuestro interior, que nos afecta gravemente. Mantengamos la atención para poder cambiar. El inmenso poder desarrollado por el hombre de los últimos siglos, ha provocado cambios vertiginosos, y generado increíbles beneficios, progreso y una calidad de vida inimaginable en el pasado; y, a su vez, sus ingentes abusos, debidos a la ambición por los pingues beneficios del progreso, ha provocado en la naturaleza y en el hombre graves padecimientos e incontrolables males, que han roto el equilibrio de nuestras vidas y del planeta. Este delirante movimiento ha producido en los seres humanos un progresivo estrés y malestar. Y ese estado nos está llevando a bloquearnos y a construir un enorme e insalvable muro interior de desafección y defensa. Un muro invisible, fruto de ir acumulando deshechos, que no sabemos manejar ni dar salida: negatividades, impotencia, frustraciones, malos quereres, envidias, desconfianzas, decepciones, críticas hirientes, perversiones, o búsquedas equivocadas. Si contemplamos lo que ocurre por dentro, descubriremos el crecimiento progresivo de un muro de escombros, abandonos y tristezas. Un muro que nos priva de luz, de sanos respiraderos, de visión, de escucha, de observación, y de goce concreto de la vida. Nos impide pararnos, contemplar, observar con quietud, con espiritualidad, con ternura, gustar la vida con amor.

Se te escapa la vida. Buscas tu felicidad, pero tropiezas con el muro. Quieres salir del laberinto, pero ahí está el muro. Pretendes vivir con novedad y ternura, y el muro está en pie. Quieres vivir en paz, y te encuentras el muro. Quieres salir de tus esclavitudes y apegos, y no puedes, porque está el muro. Quieres convertirte, empezar de nuevo, disfrutar de lo pequeño, aprender de lo que te hace mal, sentir lo que no es y comprenderlo, aceptar con paz lo inevitable, transmitir una mirada de amor, percibir los detalles infinitos de amistad provenientes de los otros, desvelar el paso de Dios, o vibrar con la vida… la vida… Y no es posible. Ahí está el muro. Existe un muro en tu interior, tú mismo lo has ido construyendo a lo largo de los años, sin que apenas te hayas apercibido de su existencia. Un muro que te separa del resto la vida, que te tiene encerrado, enclaustrado, secuestrado, encarcelado, como lo que nos está haciendo la pandemia del coronavirus. Y ya no eres capaz de vivir la vida, la tienes miedo, se te escapa, se te pierde. Oh, la vida… la vida… ¿Dónde está? Cuánto te hace perder ese muro, “esa maldita pared que separa tu vida y la mía; que no deja que nos acerquemos”, que canta la copla. Un muro que te ciega, no te deja oír, te agua diariamente la fiesta de la vida, te aleja de la comunidad, de la solidaridad, de la posibilidad de un mundo nuevo, del Reino. Un muro que te hace huraño, inasequible, insolidario, individualista. “Tú solo te lo guisas y tú te lo comes”.

No te des por vencido. Torres más altas cayeron. Respira. Lentamente. Respira una y otra vez. Comienza sólo por respirar. Una y otra vez. Respira. Es la vida. Respira. Siéntate. Apoya la espalda. Respira. Es la vida. Cada inspiración es vida. Cada movimiento es presencia de la vida. Es oración. Es presencia del que te ha dado la vida. Vive lentamente. Respira con quietud. Deja que poco a poco y sin palabras, se vayan abriendo los ojos de tu alma. Respira. Ahí está el muro. Sí. No puedes negarlo. Respira. Aparece inmenso, insalvable. Déjalo pasar. Respira. Puedes derribarlo a golpes de respiración. A golpes de amor. Porque la respiración es amor. Es vida. La vida. Respira. Ahí está en sí la fuerza entera de la vida, la gracia. Respira. Ora. Silencia. Suave y lentamente, día tras día. Olvida la queja. Respira. Ahí está el poder: en la oración-respiración. Es pura gracia, en estado natural. Y la gracia derriba el muro. Y te devuelve los sentidos. Y emerge de nuevo en ti el don de la fe. Hasta que vuelvas al humilde, lento, quieto y esperanzador contacto con la vida. Y así, sólo así, la comprendas, la ames, la sufras con una nueva y amorosa conciencia, y la goces. El muro, ya si lo crees, va cayendo. Amén.

Acaba absorto, con esa miaja de luz que te entra a través de la rendija que se te ha abierto en tu muro. Y mira de modo nuevo a tus hermanos. Estás en este mundo por ellos, con ellos, para ellos. Pide por ti, por ellos, por los enfermos, los difuntos, los trabajadores, los que generan trabajo decente, los que están con un ERTE, los parados, los excluidos… Tus hermanos. La vida.

Padrenuestro…
Ave María…

Antonio García Rubio.