Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 54º

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Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día quincuagésimo cuarto. Estado de Alarma.
Miércoles, 6 de mayo de 2020.

 

Buenos días, hermanas y hermanos. Nos queda por formular una pregunta.

Se nos pueden pasar los días de la vida respondiendo a preguntas inmediatas, la mayoría referentes al consumo o consumismo nuestro de cada día. Vivimos instalados, como ya hemos visto otros días, en la prisa, y en el consumo. Y estamos parapetados en lo que pensamos de nosotros mismos, y, a su vez, alejados de nosotros mismos. Es demasiado grande el muro que nos defiende del exterior y que nos encierra en no sabemos qué, ni conocemos cómo; y, a la vez, son excesivos los muros que contienen y dificultan nuestro deseo de acceder, en nosotros mismos, a nuestra más íntima intimidad. Son muros, creados por el miedo, endemoniadamente superpuestos, y que nos hacen infranqueable el acceso a nuestro centro vital más auténtico. Probablemente nos sucede así por falta de palabras o preguntas que los derriben, pues, la dedicación completa a consumir y a trabajar para el consumo, nos resta tiempo para despertar el deseo más auténtico.

Nos han convertido en cobayas de laboratorio, que reaccionan a estímulos externos, aunque nuestra más íntima intimidad esté resultándonos inexpugnable. Tenemos miedo, mucho miedo, a lo que podamos encontrar dentro de nosotros mismos. No andamos por dentro ni con libertad, ni con gusto, ni como quien está en su casa. Y así, estimulados por fuera, respondemos raudos, al deseo de consumir. Un deseo que nos ofrece por debajo, con su publicidad y propaganda engañosas, la posible adquisición de los más profundos anhelos que existen en nuestro corazón. Pero esos deseos se ven una y otra vez frustrados e insatisfechos, al comprobar que todo es insustancial, apresurado, y sin permitirnos algo más allá de dar un chupetón. La felicidad que promete el consumo, se convierte en el hecho mismo de consumir, en un regalito etéreo, falaz, imposible y quimérico. Es como un pez que se nos escapa y escurre siempre entre las manos. Y, en ese sentido, constatamos cada día, que el consumo, a quién verdaderamente consume y devora, es a cada uno de nosotros. Y decepcionados, volvemos a las mismas y tristes preguntas de cada día: qué comeremos, qué beberemos, con qué traje nos vestiremos, en qué hotel pernoctaremos, con quién lo haremos, o dónde viajaremos cuando acabe la pandemia. Preguntas sin fácil respuesta para quienes nada tienen o se ven colgados del abismo del no tener y no poder consumir en una sociedad de consumo.

Nos falta una pregunta. Quizá es una pregunta que está ya inscrita en lo más profundo de nosotros mismos. Quizá haya que subir a las más altas cumbres de nuestra interioridad, o bajar a los mayores abismos de nuestro ser, o quizá haya que introducirse por las grietas o túneles secretos del alma, o diluirse en las simas más profundas de los mares de las entrañas. Pero, con los muros que se nos han ido creando, que nos han cercado la intimidad, que nos han imposibilitado el acceso al centro, que están delante de nuestros ojos: muros de heridas, muros de decepciones, muros de tanta infravaloración o de tanto endiosamiento, que acaban transformándonos miserables sobrantes humanos o en pequeños diosecillos alicaídos. Cuál es la pregunta que nos falta hacer, para volver a soñar, volver a sentir, volver a apasionarnos de verdad, volver a tener sed y hambre que nos quite la sed y el hambre, para volver a encontrar el camino, o la senda secreta, que nos permita atravesar los muros y penetrar en la intimidad del alma.

La pregunta está en ti, cerca de tu corazón, de tus labios, de tu ser. Pero, al participar de tanto y tan inmediato consumo, y con tantos muros que te cercan o impiden el silencio orante, has perdido los ojos para contemplar, el gusto para saborear, el oído para escuchar, el tacto para sentir, y el olfato para seguir su rastro. El hijo pródigo tardó años y años de consumo, y de consumirse; y llegó hasta comer las algarrobas de los cerdos. La Samaritana hubo de acostarse con muchos hombres, y no dejar de venir con el peso del cántaro hasta la fuente, a horas intempestivas, para encontrar rostros nuevos que saciasen su sed. Mateo llegó a ser un malvado recaudador, como Zaqueo, y llegó a acumular dinero robado a espuertas, y buscar a quienes sacarles más y más producto, hasta saciarse. Ninguno de los tres encontró la pregunta que necesitaba escuchar, hasta el final de su fracaso. Baste con estos tres ejemplos. Si uno vive de los mitos de la libertad, del sexo y los apegos afectivos, o del dinero, acaba consumido de tanto consumir; y sin encontrar la pregunta que nos falta.

¿Cuál es la pregunta? Quizá se refiera al sentido. Pero, quién se pregunta hoy por el sentido de la vida. Mas la pregunta que te queda por formular, ella misma, te abrirá la puerta. Algunos habrán de bajar, como el hijo Pródigo, hasta los abismos de la pobreza, de la enfermedad, o del abandono, para encontrarla. Otros habrán de llegar al convencimiento de que la sed afectiva y narcisista, en realidad egoísta e insaciable, no la calma ningún amor de consumo, o de compra y venta, como la Samaritana. Otros habrán de llegar a la más horrible soledad, la de los que viven para su ambición y para el egoísmo que empobrece a uno mismo, y mata a los otros, como Mateo o Zaqueo. La pregunta está en ti. Y sólo tú, puedes encontrarla. Búscala.

Pistas. Él dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida.» «Nadie va al Padre, sino por mí». «El que me ama, vivirá por mí» «Volveré a mi Padre, y le diré…»

Reza en silencio. Rompe los muros. Quédate un día y otro buscando entre la miseria de tu vida, entre tus sueños, entre tus anhelos y deseos no inmediatos, sino en los más profundos aunque los tengas olvidados. Y no creas que por ser «religioso» lo tienes resuelto. Aléjate de una religión de consumo. Entra, adéntrate, búscate las mañas para llegar al centro. Sánate. Y deja que todo aparezca en su momento; todo tiene su tiempo. Deja que la añoranza por la gran pregunta de la vida, la que está ausente, la que evoca la ausencia y la gran presencia, se pronuncie en tu corazón.

Y ora por los difuntos, por los enfermos, por los parados, por los ancianos, por los que no tienen lo necesario para vivir con sus familias, por los que buscan desde del Amor. Y pregúntate qué puedes hacer.

Padrenuestro…
Ave María…

Antonio García Rubio