Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día quincuagésimo séptimo. Estado de Alarma.
Sábado, 9 de mayo de 2020.
Buenos días a todos. «Creo en Dios». Así comienza el credo de la Iglesia, que nos conduce la vida a muchos de nosotros, que es nuestro sustento diario y nuestra firme referencia, y que es también el dinamismo y la fortaleza en crecimiento de nuestras personas y de nuestra historia.
Durante cincuenta y siete días os he acompañado desde la soledad del confinamiento, y me he hecho presente en vuestras soledades ocultas, o en aquellas otras familiarmente ruidosas. Y creo, con cierta sensación de espesura, que ha llegado la hora de poner punto final a esta amorosa tarea en la que hemos interactuado entre muchos de nosotros, y que a alguno le ha servido también para despertar su propia vocación de escritor, de artista o de tantas otras habilidades que se han ido poniendo al servicio de los demás confinados. Mañana haré el último envío por este medio, y aún os mandaré, como a otros muchos hermanos, la homilía de este domingo. Si alguno no recibís esta homilía semanal, que envío desde hace cinco años, podéis pedirme que os la envíe; volverá, eso sí, a salir los viernes por la mañana.
Estos 57 días han sido días áridos y desérticos para nosotros y para una gran parte de la humanidad. Los hemos vivido con pasión de amor, en medio de un pesado ambiente informativo, de preocupaciones múltiples, de lágrimas y duelos sin resolver, del dramatismo de tantas horas de angustia, de la tristeza del desenvolvimiento y las consecuencias de la crisis, que está llevando al paro y a los ERTES a millones trabajadores, y a la ruina a pequeñas empresas y autónomos. Están siendo días para llorar y para meditar, para ahondar en lo que es la vida, y, en eso esencial, que tantas veces se nos escapa de las manos y de la conciencia. Días para aplaudir y para solidarizarnos con los que han arriesgado sus propias vidas, sin conocer del todo al enemigo al que se enfrentaban, y sin medios para hacerlo. Días para orar, para pedir la presencia del amor del Padre, que nos acompaña en nuestras soledades y sufrimientos; y la de Jesús, que participa de lleno en esta impotencia experimentada por Él y por nosotros. Él ha sido nuestro compañero del alma, ante el dolor ciego y sin respuestas.
Acabaré apelando a dos cuestiones básicas para mí, desde que era un niño, que me han acompañado y guiado; y a las que os empujaría, si pudiera:
1. El credo. Creo. Creemos. Es maravilloso poder decirlo desde una hondura y una oscuridad incomparables. No creo por haber visto. Lo hago porque sí. No tengo ni razones ni argumentos. Eso no me hubiera servido de nada. No le da más belleza a la vida el hecho de conocer el sistema que sustenta la visión de nuestros ojos. Son infinitamente más bellos, en sí, unos ojos limpios, inocentes, capaces de asombrarse y de dar gracias cada día por lo que ven, que el descubrimiento científico del mecanismo interno que da lugar a la visión en los seres vivos, por importante que sea, que no se pone en cuestión, sino todo lo contrario. Desde que tengo uso de razón, por pura gracia, he podido decir: «Creo en Dios Padre». Y lo he hecho y lo hago, como una hermosa evidencia espiritual, como un camino a seguir, como un regalo que crece sin parar y me empuja a más y más vida. Y, ya a punto de cumplir 70 años, sigo, con la misma simplicidad, ternura y emoción, diciendo y sintiendo lo mismo. «Si no os hacéis como niños no entrareis en el Reino». Si pudiera, os lo digo con todo el corazón a los que habéis aguantado y leído estas chapas diarias, os empujaría a todos, mis amigos y hermanos, por ese abismo maravilloso de confianza ilimitada en medio de la noche que es la fe, os dejaría caer, pediría que no pidieseis explicaciones, y que sólo gritaseis conmigo, cogidos de su mano, y llenos de nueva vida: «Creo y confío en ti, Padre de ternura infinita; en ti que nos abrazas hasta cambiarnos el sentido».
2. Ser un humilde y pequeño hermano entre una pluralidad inmensa y concreta de hermanos. Qué descanso es poder decir lo que sientes y piensas, enfocado siempre hacia el bien, y hacerlo con la confianza creciente de que los que te escuchan, y a los que tú igualmente escuchas, son, nada más y nada menos, que tus hermanos, con los que habitas un mundo de hermanos. Y eso lo he vuelto a sentir vivo en estos días, compartiendo en libertad y en fe con vosotros. Y no cejaré en el empeño de adelantarme al tiempo, con el fin de no renunciar a ver hermanos, como el Padre los ve; y sabiendo que Él nunca retirará la vista de sus hijos. Esta vida concreta, con todas sus grandezas, y sus cuitas y agonías, pasará, pero la fraternidad será eterna y para siempre. Cristo nos ha dejado este mensaje escrito con caracteres de oro y de fuego en el alma. Esta verdad es total, eterna y no pasará, porque el Amor y la Amistad no pasarán. Si pudiera os empujaría igualmente por la pendiente secreta que nos lleva, tras una nube de no saber, a conocer la verdad de Dios y la verdad del hombre, ambas ocultas para los sabios y entendidos de este mundo, a pesar de nuestra inteligencia activa y de nuestra ciencia.
«Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos de este mundo y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor». Amén.
Reza. Silencia. Ora. Busca. Descansa. Vuelve a ser un niño. Y eso cada día, todos los días, aunque te encuentres solo y perdido. Ora sin desfallecer. Cree en el Padre y cumple el mandato del Hijo de ser hermano para tus hermanos. Y sigue pidiendo, cada mañana y cada tarde, por los pobres, los enfermos y los que sufren; por los que no ven, por más que alardeen de sabios y de gente estirada. “Sólo sé que no sé nada”. No sabemos nada, es cierto, pero todo se nos dará, un día desconocido para nosotros. Y la promesa del Resucitado será colmada y cumplida. Paciencia. Estos escritos han sido una gran experiencia. Gracias por aguantarme. Perdón por mis errores, que seguro han sido muchos. Este es mi pobre canto. ¿Dónde está el vuestro? Abrazos de paz, hermanos y amigos.
Padrenuestro…
Ave María…
Antonio García Rubio.