Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 17º

Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día décimo séptimo del Estado de Alarma.
Lunes, 30 de marzo de 2020.

 

Buenos días, hermano y amigo.

Cada día que pasa distinguimos menos los lunes de los jueves. Para los que están encerrados en los hospitales o los que lo estamos en las casas, simplemente son días planos, repetitivos, temerosos, y vapuleados por por la fuerza de un virus poderoso. Días en los que tenemos esa sensación, de la que hablaba el Papa Francisco, de ir todos a la deriva y en el mismo barco. Pero sabemos que el Señor, aunque parezca dormido, nunca esta más despierto que cuando, como ahora, lo necesitamos de verdad. En los próximos días hablaré sobre tres caminos para encontrarnos con Él.

Hoy, lunes frío, de poco calor. De noticias que no acaban de ser esperanzadoras, aunque no dejan de llegar también las que nos hablan de los amigos que salen de los hospitales para acabar de reponerse en casa. Damos gracias a Dios por ellos. Es una gran alegría.

Quiero hablaros de un sube y baja en el que estamos montados todos: La consolación y la desolación.

Ambas nos van y nos vienen de la mente al corazón, dependiendo de las noticias que escuchamos, de las palabras que oímos, y de las pequeñas historietas que vivimos en la familia o con los amigos. Dependiendo de una u otra, subimos y bajamos un ascensor con suelo o sin él. Cuando las noticias son buenas, no muchas veces en estos día, nos vemos bien asentados y consolados; y cuando no lo son, entonces nos encontramos al aire, sin asiento, sin suelo, sin consuelo, desolados.

Para no estar sometido a estos vaivenes, a estas subidas y bajadas de ánimo, es bueno y necesario que abras la mente y el corazón a la experiencia de la una fe confiada en el Señor. Si el suelo en el que te apoyas es Él, la desolación no tendrá cabida en ti. Y el consuelo se te ofrecerá en el encuentro con Él.

Aparte del apoyo familiar, de los amigos y de la comunidad, existe el apoyo de Dios, su consuelo. Dice Jesús. «Venid a mí los que estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré.» Si tú te sabes aliviado y consolado por el Señor, si encuentras ese anhelado consuelo, acurrucado en su regazo y en sus brazos, en oración, seguro que sabrás regalarlo después a tus hermanos heridos, enfermos o desolados por esta situación de sufrimiento, y de soledad indecible.

Escucha el mandato del libro de Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor». En esas palabras puedes encontrar una maravillosa y sagrada misión para este momento de tu encierro: acompaña, alivia, acoge, escucha, CONSUELA a tus amigos, a tus hermanos, al pueblo sufriente y desolado. No estás solo. Otros esperan tu llamada. Consuela. Ofrece sol, luz y alegría entre tanta nube, tristeza y oscuridad.

Coge el listín de tu teléfono. Te esperan.

Y hoy, vuelve a rezar con fe y confianza por el fin de la pandemia. Muchos esperan tu oración confiada.

Padrenuestro…
Ave María…

 

Antonio García Rubio.

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