Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria
Día octavo del Estado de Alarma.
Sábado, 21 de marzo de 2020.
Buenos días, hermanos. ¿Cómo va la salud? ¿Como andáis de fuerzas? ¿Mucho drama familiar o comunitario? ¿Se os van familiares, amigos, vecinos? Mantengámonos en el Señor. No nos separemos de Él. Si tienes que salir, si vas a trabajar, si te quedas en casa o si estás en el hospital, mantente en Él. Estarás sereno, valiente, entregado y seguro.
¿Quién nos iba a decir, tan sólo hace 20 días, que íbamos a estar todos cerrados en nuestras casas y contemplando esta desolación humana? Todos vemos que es muy importante, amigos y hermanos, lo que esta pasando. Nos supera por los cuatro costados. Y es un modo de amenaza y ataque que no nos imaginábamos que podría existir. Inimaginable esta peste que nos encuentra, eso sí, con más sabiduría y más medios que en el pasado. Pero, aquí está con toda su radicalidad, con su astucia, colaborando a un mal objetivo, y con el dolor y las preguntas infinitas que se producen en cada uno de nosotros.
Es verdad que también, de un modo impensable, nos está provocando la aparición de lo más bueno que tenemos, lo mejor de nuestra humanidad. Saboreemos hoy en nuestra oración y en nuestra reflexión todo lo que el coronavirus nos está aportando de positivo. Ese es el gran objetivo de este sábado. Cómo María digamos un gran sí a lo mejor y a nuestra verdadera conversión, aprovechando positivamente el momento. El coronavirus nos está dando la oportunidad de cambiar nuestros hábitos y de recrear un camino más fraterno y humanizado.
Los profetas de Israel, que alentaron y allanaron el compromiso de Jesús hacia los humillados y abandonados a su suerte, nos hablan hoy a través de Oseas 6. Escucha: «Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora.» Estemos atentos. Estas palabras, sin que nos estorbe su contesto que hemos de tener en cuenta, sin embargo nos serán una gran ayuda y harán posible un amanecer como la aurora.
Hoy no vemos a Dios hiriéndonos y vendándonos la herida, despedazándonos y sanándonos. Nuestra cultura de la fe y nuestra comprensión del misterio de Dios y del hombre desde Jesús nos dice algo parecido, pero diferente. Dios no es artífice de ningún mal, pero sí sana, venda la herida y resucita. El mal está ahí ante nuestros ojos. Pero Dios no provoca el mal para corregirnos. Las raíces del mal las desconocemos, pero no están en Dios. Quién sabe hoy donde estarán las raíces del coronavirus. Algún día nos enteraremos. Lo que sí está claro para los creyentes es que Dios está en medio de nosotros, como uno más en nuestros corazones, alentando y cantando desde los balcones, sanando y curando con el personal sanitario, respirando con los que están en la UVI, fumigando las zonas comunes con las Fuerzas de seguridad, conduciendo y descargando camiones de suministros; Dios está junto a las cajeras de los supermercados, rezando o haciendo gimnasia con cada uno de nosotros en nuestros encierros, o abriendo los brazos para acoger a los que vuelven a Él, y dándoles a todos unas alas de libertad, hasta que llegue el día final de la resurrección.
Las noticias de amigos, conocidos, familiares víctimas crecientes de la enfermedad, nos van desgastando. Por eso mi recomendación de estar constantemente junto a Jesús, y desbordando consuelo, comprensión y cariño para los demás. Continuad llamando a los más débiles y a aquellos que hace tiempo no llamáis. Mantengámonos bien relacionados.
Oremos juntos en silencio:
Padrenuestro que estás en el cielo…
Dios te salve, María…
Ella es la Madre perfecta para los solos, enfermos, aislados. «Protegemos, María.»
Paz. Confianza. Serenidad.
Antonio García Rubio.