Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 21º

Foto (c) Víctor M. Sastre 2020

 

 

Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día vigésimo primero del Estado de Alarma.
Viernes, 3 de abril de 2020.

 

Buenos días.

Un nuevo viernes, el que conocíamos como Viernes de Dolores antes de la reforma. Quizá este año podamos rescatar su sentido de dolor en toda su plenitud. Muchos miles de dolores afligen a la humanidad, y a nuestras familias, con sus seres queridos arrancados de su ser, con tantos hermanos sufrientes en la tormentosa soledad de los hospitales o de sus casas depresivas. Una sensación de abandono tensa nuestras vidas, y se pasea por nuestros hogares.

Quizá exista un texto en la Escritura que tiene el don, por su radicalidad vital, de provocarnos hondamente, y es verdad que no nos deja indiferentes. En esta desgracia que sufre la humanidad, este texto nos ofrece un cierto respiro, una luz, un consuelo, la apertura de la esperanza. Nos hablan desde hace días de que estamos llegando al pico del coronavirus. Todos sabemos lo cansado que es subir al pico de una montaña. Y sabemos también que las últimas rampas, en la ascensión, se hacen mucho más difíciles y agotadoras. Un hombre de Israel, al borde del abandono y del desquicio humano total, al de la gran desolación, como vamos a ver, rezaba así. Habacuc 3, 17-19: «Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi salvador.»

Es la gran oración. La oración de la confianza incondicional. Dejaos esta mañana caer y permanecer en su abismo de confianza. Quedaos en ella quietos, mudos, contemplando el dolor y la desventura que nos asola. Y dejad que esta oración, por sí misma, os recupere la confianza, la presencia misteriosa del Señor, las ganas de poneros en pie y de seguir peleando, pedaleando, el deseo de generar desde la fe, la fuerza y la esperanza necesaria para todos.

Una amiga me dijo ayer que hoy era un buen día para traer a la memoria a Mariló. Hoy era su santo. Felicidades a todas las Dolores, como la hermana Dolores, del Colegio López Vicuña, que lleva muchos años entregada a nuestro barrio. Mariló murió de un cáncer temible y terrible que la convirtió en un despojo de mujer, y la sometió durante años a una profundísima noche oscura de dolor. Nos dejó un diario que es una joya de la vida espiritual. Es una maestra que por pura gracia vivió en medio de la noche del más horrendo dolor y, a la vez, no dejó un sólo día de vivir deslumbrada por el Señor y por su gracia. Merece la pena leer ese libro, resumen de sus diarios.

Ahora que nosotros, como pueblo y como familias estamos sufriendo en medio de una noche prolongada en la que no acertamos aún a ver la salida, podemos recurrir a Marilo González Barón, en una de sus muchas citas, en las que se combina el dolor y la gracia: «Señor, acabo de recibir la noticia: tengo un cáncer. Has empezado a escribir en la hoja en blanco, compadécete de mi debilidad, pero puedes escribir lo que quieras. Humanamente voy a luchar por la vida. Espiritualmente me abandonó rendida en tus brazos; que mi enfermedad sea para tu gloria» (P.131). Emociona mucho leer a esta mujer. Una parte importante de su noche oscura, es hoy la nuestra.

Y junto a la enfermedad, los datos tremendos de orden social y económico, que se traducen en infinitos sufrimientos para millones de personas y familias. Ahora sólo podemos orar y estar cerrados en casa. Pero, preparémonos para cuando nos toque emplearnos en servir a fondo a los más frágiles y desheredados, y en reconstruir la sociedad, la ética, economía, la vida.

Oremos, sin olvidar a los difuntos, con confianza absoluta en nuestro Padre:

Padrenuestro…
Ave María…

 

Antonio García Rubio.

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