Reflexiones desde San Blas en tiempos de cuarentena – Día 41º

Foto Víctor M. Sastre 2019

Unidad Pastoral de San Blas
Parroquia de la Candelaria

Día cuadragésimo primero. Estado de Alarma.
Jueves, 23 de abril de 2020.

 

Que la alegría de la fe, vivida en esta fecunda primavera, que alegra a la tierra por el descanso que produce la falta de actividad humana, alegre también tu corazón y el corazón de la humanidad, y minimice día a día la devastación de la pandemia.

Es evidente que la parada del activismo humano, en el que la sociedad occidental y oriental está metida, en sí mismo, es un don inestimable para la madre tierra, para los seres vivos y para los hombres. La parada de la actividad en un bien para la salud física, psíquica y espiritual de todos. La austeridad impuesta es un regalo inigualable para el aprendizaje que nos enseña a vivir con lo justo y esencial, sin abusos que humillen. La devolución del silencio a nuestras ciudades y a nuestros hogares es el reencuentro con un bien que es de primera necesidad, que teníamos olvidado. La supresión generalizada del estrés al que hemos estado sometidos los seres vivos, es una bendición que nunca acabaremos de agradecer suficientemente. La constatación de la fragilidad humana, de la evidencia de la enfermedad, de la lucha denodada por la salud, del alto coste que tienen nuestros errores en muertes inocentes, y de lo dañinos que son para la humanidad los caminos ambiciosos y desviados, estas realidades ahora cotidianas son una aportación que redunda en la recuperación del sentido perdido; de quienes somos, y de lo mucho que hemos de cuidar y proteger, con humildad y sin partidismo, a todos los seres vivos. Y, por último, la no-actividad nos aporta la experiencia vivida con relación a los bienes de la tierra y a los de fabricación humana, a su necesidad, su contingencia, su carácter frágil, manipulable y perecedero; bienes, que si son bien administrados, serán suficientes para todos, y, si son bien planificados, fructificarán para el bien común.

Desconozco que saldrá de este horror y de esta gracia, de esta noche y este día, de esta oscuridad y esta luz, de esta fealdad y esta belleza, de esta desgracia y este regalo; de estas contradicciones que son en realidad la posibilidad y la salsa de la vida. He oído en estos días lo que sucede en algunas familias, en las que mueren los abuelos y nacen los nietos. Es la más pura, dramática y bella imagen de lo que es la vida en este apasionante y poderoso planeta, que es a la par cuna y sepulcro. La Tierra. Nuestro hogar de paso. Porque, ¿acaso la vida aburguesada nos ha hecho olvidar que este no es nuestro destino final? ¿Se no ha olvidado que somos peregrinos? Amigos, no podemos olvidar esa condición fundamental de nuestras personas. Los hombres pretendemos seguir en el empeño de adueñarnos de la Tierra. Y ella misma nos recuerda en estos días que sólo somos caminantes, que podemos atravesarla de lado a lado, padecerla y gozarla, recrearla e investigarla, cuidarla y amarla, porque en ella se nos da la oportunidad de vivir y aprender lo esencial: caminar unidos fraternalmente a los demás; y aprender lo fundamental: el amor mutuo y servicial, que es pasaporte definitivo para alcanzar la puerta de a acceso a la plenitud. A lo que se nos mostrará al final, en el otro extremo del Universo infinito.

Cuanto puedes aprender en estos días de Pascua silenciosa. Como te he sugerido en alguna otra ocasión, acurrúcate a los pies del Maestro de Nazaret. Vuelve con Él al lago de la vida, al ombligo de la tierra, lugar de la llamada, al sitio donde podrás alimentarte con palabras de vida que te convertirán en discípulo, amigo, servidor y hacedor de una nueva sociedad. Con una humanidad renovada, austera, fraterna, solidaria, humilde y llena de vida nueva y de justicia, a la que secretamente aspiramos. Los pobres esperan de tu colaboración. La salud que estamos recuperando en estos días, mental, espiritual, física, anímica, luminosa, consciente y atenta, te servirá para mañana ayudar a renacer en una humanidad más consciente de su ser, más plenamente consciente del Amor que la ha creado, y de la responsabilidad maravillosa que tiene para cambiar positiva, justa y fraternalmente esta tierra. En ella, todos podremos respirar alegres y confiados.

Este es el momento de cada mañana que nos reservamos para parar, silenciar, orar, pedir, repasar los nombres de los que sufren y se entregan, y ponerlos todos en las manos de Aquél que nos ama y ha dado su vida por nosotros. Y bajo el manto de su Madre, que tiene la mirada puesta en cada persona que sufre, en ti y en cada uno de nosotros.

Padrenuestro…
Ave María…

Antonio García Rubio.

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